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Actualizado: 1 de mayo de 2025
¡Pero se ha escapado robándome!... exclamó en una de sus acostumbradas salidas de tono el cocinero mayor. ¡Bah! consoláos; ya tendréis algún dinero empleado por ahí. No tengo ni un sólo maravedí... había pensado retirarme.
El señorito paseó su mirada de triunfador sobre las aterradas jóvenes, no acostumbradas a tales escenas. ¿Eh?... ¡Allí tenían a un hombre! Las Moñotieso y su padre, que por acompañar a todas partes a don Luis como pupilos de su generosidod «se lo sabían de memoria», se apresuraron a dar por terminada la escena, moviendo gran estrépito. ¡Olé los hombres de verdá! ¡Más vino! ¡Más vino!
Lo siento, hija mía, porque nunca has recibido este castigo y te va a doler mucho. Las señoritas tenéis la carne delicada, no sois como nosotras, que estamos acostumbradas desde muy chiquitinas a la intemperie y a los golpes. ¡Ven acá!... Al mismo tiempo sacó del corsé una de las formidables ballenas, que entonces solían usarse.
A las nueve de la mañana la chalupa sólo distaba veinticinco millas de tierra; pero el viento, que hasta entonces se había mantenido fresco, comenzaba a ceder. El Capitán y Van-Horn se iban inquietando, porque si el viento faltaba no podrían regatear con las piraguas, que llevaban tripulaciones mucho más numerosas y acostumbradas a las maniobras del remo.
Después del miserable caso de Rocafort, y de los que por él se siguieron, que nuestro exército no solo sin cabeza, pero sin personas capaces de tanto peso; porque el gobierno de tan várias gentes, acostumbradas á obedecer famosos Capitanes, y envejecidas debaxo de su mando, mal se pudiera entregar á quien no fuera igual á los pasado en valor, y nobleza de sangre.
Además, no estaban acostumbradas a las comidas fuertes de los señores, y podían hacerlas daño. Pero el olor de la carne, de la sagrada carne siempre vista de lejos y de la que se hablaba en la gañanía como de un manjar de dioses, pareció marearlas con una embriaguez más intensa que la del vino.
La humanidad se había vuelto loca. ¿Era posible una guerra con tantos ferrocarriles, tantos buques de comercio, tantas máquinas, tanta actividad desarrollada en la costra de la tierra y sus entrañas?... Las naciones se arruinarían para siempre. Estaban acostumbradas á necesidades y gastos que no conocieron los pueblos de hace un siglo.
Aprendió los primeros rudimentos de la Gramática en nuestro Colegio de San Ambrosio en Valladolid, donde con el trato de los nuestros se aficionó á la Compañía y pidió con instancias ser admitido en ella; y hechos los exámenes y pruebas acostumbradas, pasó al noviciado de Villagarcía, grande y religioso Seminario de Varones Apostólicos en ambos mundos.
Experimentó una sensación de disgusto ante las hembras serviles y tímidas, acostumbradas al golpe, y que buscaban resarcirse con avidez de las grandes quiebras y desengaños sufridos en su comercio. Lo era imposible celebrar, como sus primos, con grandes carcajadas el desencanto de estas mujeres cuando veían perdidas sus horas, sin conseguir otra cosa que bebida abundante.
Aquellas gentes, acostumbradas por tradición al respeto de los placeres ruidosos de los ricos, disculpábanlos como si fuesen un deber de la juventud. El señor Fermín estaba enterado de la gran mudanza que se realizaba en don Luis, de sus alardes de hombre serio, y veía con gusto que viniese a la viña huyendo de las tentaciones de la ciudad.
Palabra del Dia
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