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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Ratón Pérez presentó el rey Buby á su familia como un touriste extranjero que visitaba la corte, y las ratonas le acogieron con esa elegante aisance de las damas acostumbradas á mucho trato.
Para las personas acostumbradas a razonar respecto de las formas que sus sentimientos religiosos han revestido, es difícil darse cuenta de ese estado simple y natural en que la forma y el sentimiento no han sido separados nunca por un acto de reflexión.
Habían entrado en la Colegiata, donde Nieves, después de rezar sus devociones, había visto cuanto era digno de verse y la fue enseñando don Ventura, con su paciencia y amabilidad acostumbradas. Después habían entrado en la botica. Allí descansaron y hablaron largamente.
Hícele mis acostumbradas caricias, por asegurarle de mi mansedumbre; écheme a sus pies, y él, con esta seguridad, prosiguió en sus pensamientos y tornó a rascarse la cabeza y a sus arrobos, y a volver a escribir lo que había pensado.
Andad, hermano, mucho de enhoramala para vos y para quien acá os trujo, y tened cuenta con vuestro jumento, que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas a semejantes haciendas. -Pues en verdad -respondió Sancho- que he oído yo decir a mi señor, que es zahorí de las historias, contando aquella de Lanzarote, cuando de Bretaña vino, que damas curaban dél, y dueñas del su rocino;
Duró esta terrible persecución más de tres años; mas nuestro Alberto, asistido siempre de Dios y del ángel de su guarda, que si no estaba á su lado en forma visible, á lo menos lo estaba con la invisible operación en su corazón, jamás se dió por vencido, ni omitió las acostumbradas obras de caridad, ni dió un paso atrás en el modo de vivir que había emprendido.
Algunas de sus amigas tenían castillo. Otras, de antigua familia colonial, acostumbradas á menospreciarla por su origen campesino, rugirían de envidia al enterarse de esta adquisición que casi representaba un ennoblecimiento. La madre sonrió con la esperanza de varios meses de campo que le recordasen la vida simple y feliz de su juventud. Julio fué el menos entusiasta.
Y decía la verdad, porque pocos días antes, estando junto al pueblo para sus acostumbradas devociones, bajó al Tabernáculo el diablo Cozoriso, y con semblante triste y melancólico, le avisó de la venida de un enemigo suyo jurado que le había desterrado de otros países, trayendo en la mano una cruz, que era la ruina de su religión; y diciendo esto, prorumpió en un copioso llanto, como compadeciéndose de sí mismo, que ¿á dónde iría en partiéndose de allí? ¿Dónde podría con seguridad repararse para no ser desalojado?
Aquello era hacer justicia; la pena sentenciada inmediatamente, y nada de papeles, pues éstos sólo sirven para enredar á los hombres honrados. La ausencia del papel sellado y del escribano aterrador era lo que más gustaba á unas gentes acostumbradas á mirar con miedo supersticioso el arte de escribir, por lo mismo que lo desconocen.
Su voz se fué perdiendo en las encrucijadas del camino. Flora permaneció todavía algunos instantes á la ventana pensativa y sonriente. Al fin la cerró, se desnudo á toda prisa y se metió en la cama. Murmuró sin dejar de sonreir las oraciones acostumbradas, y sonriente, siempre sonriente, se quedó dormida. ¡Ah, si supiera!...
Palabra del Dia
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