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Actualizado: 25 de junio de 2025
Quedito, muy quedito, temeroso de que alguno me oyera, decía yo el nombre de la dulce niña, como si ella estuviera cerca de mí y pudiera escucharme y fuese yo a decirle: ¡Angelina; te amo, te amo! ¡Ámame! ¿Eres desgraciada? Yo también soy desgraciado. Vivamos uno para el otro; seamos, como dice el poeta: Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón.
Tal vez ha sido porque de muchachos nos aborrecimos, porque nunca te inspiré deseos; y esto resulta tan extraordinario en mi vida, que basta para interesarme. Sus manos se apoyaron en las rodillas de él como si fuera á incorporarse. Cuando nos encontramos en el cementerio, después de tantos años, me acordé de todo lo que he oído contar de ti.
No os podéis figurar, amigos, la alegría y la tristeza que sentí al mismo tiempo. Los seguí como un tonto por más de una hora al través de las calles, y cuando acordé en mí tenía las mejillas bañadas de lágrimas. Un murmullo de aprobación corrió por el pórtico de la pequeña iglesia.
Púselos en agua de mar, y los descuidé por espacio de dos días, ocupado en otras tareas. Cuando me acordé de ellos, sólo hallé tres cadáveres. Aquello estaba desconocido: habíase renovado la escena. Una película espesa y gelatinosa se había formado á la superficie. Fatigada de tanto movimiento, la vista, sin embargo, no tardó en notar que en aquella escena no todo se movía.
Todo entónces se inundó con aquel mar de luz que brotaba del océano celeste; todos los abismos se aclararon, los lagos reverberaron como espejos, y un grito acorde y unísono de trescientas gargantas saludó la aparicion del amante universal!
De repente veo delante de mí la muralla, un bastión, la puerta de la ciudad cerrada. Entonces, alucinado, sintiendo detrás de mí rugir la turba, abandonado de todo socorro humano, me acordé de Dios. Creí en él, gritándole que me salvase: y mi espíritu iba tumultuosamente recordando, para ofrecerle fragmentos de oraciones, de «Salves, Credos», que yacían en el fondo de mi memoria.
«Vea usted me dijo , vea usted las hermosas flores que he cogido; quisiera saber cómo se llama ésta.» Era la encantadora flor que se llama la silvia, porque no prospera más que en los lugares salvajes y a la sombra de los bosques. Me acordé de la linda estrofa del poeta alemán y la repetí en voz alta: «Es la silvia, la fresca silvia, la dulce anémona de los bosques.
Me acordé al fin de que tenía que despedirme de él.
Me repuse de mi sorpresa inmediatamente y sostuve su mirada con toda calma. Pero también me acordé del revólver, pronto a empuñarlo. ¿Qué hubiera sucedido si la hermosa dama hubiese gritado en aquel momento: «¡Ese no es el Rey!»?
Esta teoría es tan clara, tan evidente, tan fundada en la conciencia de nuestros propios actos, tan acorde con cuanto observamos en los procedimientos del espíritu humano, que causa extraña sorpresa el encontrarse con filósofos cuyas erróneas doctrinas obliguen á defenderla y explanarla.
Palabra del Dia
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