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Actualizado: 15 de mayo de 2025


A pesar de la entonación seria con que pronunciaba estas palabras y del gesto triste y compasivo con que las acompañaba, creí advertir debajo de ellas una ironía feroz que me causó miedo y repugnancia. Para elecciones reñidas, las que yo he presenciado en Jerez a raíz de la restauración dijo Villa. Durante los años de la revolución, parece que la gente tomaba menos interés en ellas.

Yo no veía más que los fantasmas de mi pesadilla, y, por el momento, a aquel hombre ridículo que acompañaba a mi madre. ¡Cielo santo!

Junto al hogar estaban el señor D'Orsel y un hombre joven aún, alto, bien parecido, ataviado irreprochablemente. Advertí las actitudes un poco lentas con que acompañaba sus palabras y la manera seria y graciosa con que de cuando en cuando volvía el rostro hacia Magdalena.

Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su conversación, pero decía con voz algo trémula: Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de Méjico para casarse conmigo.

Caminábamos al paso de nuestras cabalgaduras; muchas veces parecía que se olvidaba él que yo le acompañaba, para seguir como adormecido el monótono andar de su caballo escuchando el golpeteo de las herraduras sobre los cantos rodados de la costa.

El mismo, desde su vivienda, había oído los gritos y las amenazas de toda la gente que acompañaba solícita al magullado Pimentó.... Una verdadera manifestación.

El comandante que era fanático por la música venía al Pavol varias veces por semana y su hijo le acompañaba siempre. De todos modos, siempre tenía la puerta franca, pues lo autorizaban para ello el haber sido compañero de infancia de Blanca y los vínculos del parentesco que unían a las dos familias.

Su impiedad le acompañaba hasta en medio del redondel, entre peones y piqueros, que, luego de haber hecho su oración en la capilla de la plaza, salían a la arena con la esperanza de que los sagrados objetos cosidos a sus ropas les librasen de peligro.

Lejos, pues, de sentir temor ni pesar por esto, crecieron sus ánimos con el peligro que corría, lo cual fue para ella señal evidente de que el favor del cielo la acompañaba, y enfrascose cada vez más en la empresa de los conspiradores, acudiendo a sus reuniones y sirviéndoles con celo y entusiasmo en todo lo que podía.

A la noche siguiente, una mujer le esperaba en el mismo lugar donde otras veces había salido á su encuentro la difunta Correa. Pero esta mujer no estaba envuelta en un manto negro ni la acompañaba un niño. Avanzó sola hacia él, y al estar cerca, sacó un brazo que llevaba oculto en la espalda, mostrando pendiente de la mano una luz. Rosalindo la reconoció, aunque no la había visto nunca.

Palabra del Dia

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