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Actualizado: 15 de mayo de 2025
De este período embrionario de su memoria, lo que mejor recordaba Isidro eran las gracias de Capitán, un perrillo feo y sucio, camarada de miseria de la familia. Les acompañaba en las meriendas en el campo y las comidas en las aceras.
Dos mocetones, armados de escopetas, abrían la marcha haciendo fuego, y un ciego gaitero acompañaba con su ronco instrumento al señor cura en sus cánticos, á los que contestaba todo el pueblo, de vez en cuando con un fervoroso «ora pro nobis».
Cantaba un anciano junto a un confesonario, con voz temblorosa, grave y dulce... olvidado de las fatigas del trabajo a que el hambre le obligaba, contra los fueros de la vejez. Cantaba todo el pueblo y el órgano, como un padre, acompañaba el coro y le guiaba por las regiones ideales de inefable tristeza consoladora, de la música.
El coche de la Emperatriz desapareció entre los árboles de los Campos Elíseos; nosotros montamos en el ómnibus que va á la Plaza de la Bastilla, y á los quince minutos nos encontrabamos en nuestra fonda. Un amigo que nos acompañaba me preguntó con mucho interés durante el camino: ¿Morirá en Paris la Emperatriz Eugenia? Yo dije: no lo sé.
Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, cuando le acompañaba el coronel. La bandera de los Estados Unidos flota sobre todos los edificios. Hay en la vía pública tantos rótulos en inglés como en francés. Soldados americanos por todas partes. El uniforme de Lubimoff y los de otros combatientes franceses se pierden en la gran inundación de hombres vestidos de color mostaza.
Pasó mi brazo bajo el suyo y me llevó hacia un lado. No poeta, pero sí enamorado de ti, prima. Escúchame bien: te amo con toda la sinceridad de mi corazón. Saboreé la dulzura de esta frase y la de la mirada que la acompañaba, pensando que era una suerte que los hombres fueran inconstantes.
Era tan profundo el silencio en aquel rincón del mundo, que se oía desde lejos la voz de un hombre, que se acompañaba con la guitarra, no las rondeñas, ni las mollares, ni el contrabandista, ni la caña, ¡ah!, no, sino una canción llorona, ¡la Atala!
El viento acompañaba en ocasiones con demasiada fuerza, y no se oían las palabras; pero después de cada golpe de mar, entre el murmullo del agua que chorreaba, oíase constantemente el estribillo de la canción: Es honrada Liseta y no fe...a: Se queda en la alde...a... Pero llegó un día de viento y lluvia muy fuertes, en que ya no lo oí.
Y después de considerar a Lucía algunos instantes más, añadió: No, ello es que también se ha desfigurado usted mucho.... Si no parece usted la misma que cuando la acompañaba el señorito Ignacio....
Buscaba Ana el fuego del entusiasmo, el frenesí de la abnegación que hacía ocho días, en la iglesia, oyendo música, le habían sugerido aquel proyecto; pero el entusiasmo, el frenesí, no volvían; ni la fe siquiera la acompañaba.
Palabra del Dia
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