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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Le da paz un sacerdote con estola, y en los demás festivos un acólito con banda aseada; lo mismo se observa con los tenientes gobernadores, cuando no está presente el gobernador, por disposición del excelentísimo señor don Francisco Bucareli; aunque los gobernadores por condescendencia han permitido que al teniente se le ponga otra silla inmediata a la suya, cuando se halla algún teniente en donde él está.

Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando. Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito. Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad.

Aquel acólito del culto de Mercurio, por su empaque desenfadado atraíase la mala voluntad de los pilluelos de la plaza, enjambre de diablejos que pasaban horas enteras ante la relamida figurilla llamándole ¡churriquio! con irritante tono de mofa, hasta que algún dependiente les amenazaba con la vara de medir.

De la sombra surgieron poco á poco los oros mortecinos de los retablos, y dos masas de colores, dos haces de banderas, las de los países aliados, que adornaban el altar mayor. Creyó que Alicia acababa de huir por una salida ignorada al ver solas á las dos implorantes en su silenciosa inmovilidad. Pero de una puerta lateral salió ella, seguida de un acólito que llevaba dos cirios.

El son vibrante de los metales añadía intensidad al canto, que, elevándose amplio y nutrido hasta la bóveda, bajaba después a extenderse, contenido, pero brioso, por la nave y el crucero, para cesar, de repente, al alzarse la hostia; cuando esto sucedió, la marcha real, poderosa y magnífica, brotó de los marciales instrumentos, sin que a intervalos dejase de escucharse en el altar el misterioso repiqueteo de la campanilla del acólito.

Supongo será esto porque, como los indios son tan rudos, no piensen es desaire que se les hace, o que el teniente, en ausencia del gobernador, le usurpa aquel honor; en fin, ello así se practica. A los cabildos da la paz un acólito, y el cura les da el agua bendita a la puerta de la iglesia los días más clásicos; pero al gobernador todos los festivos.

Su acólito Urquiola hablaba de la batalla de la tarde con aires de caudillo. Algunos mostrábanse desconsolados por la idea de que pudiera suspenderse la romería. Al fin, era un suceso que amenizaba la vida monótona y gris de la población. Aresti no dudaba de que se verificase.

Estoy harto de señoritos decía con displicencia de hombre superior a su fiel acólito el Chivo. Vámonos al campo: un poco de juerga lo agradece el cuerpo. Y con el deseo de mantenerse bajo la protección de su poderoso primo, íbase a pasar el día en Marchamalo, fingiendo interés por el resultado de la vendimia.

Y él, convencido de su éxito, se empequeñecía, se humillaba ante el oficiante, como un simple acólito, mirando algunas veces al público con el rabillo del ojo para que no perdiese ni el más pequeño detalle de su religiosa abnegación.

Las órdenes menores de portero, lector, exorcista y acólito le parecieron llenas de encanto, por la suma de dignidades que indicaban y por las que anunciaban. ¡Ser portero de la casa de Dios! ¡Leer al pueblo la divina palabra! ¡Lanzar al enemigo malo fuera del cuerpo en que hace presa! ¡Poder acercarse al Sancta Sanctorum! ¡Qué grandiosos y envidiables privilegios!

Palabra del Dia

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