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Tras el capellán salió también su acólito, y mientras los dos arreglaban a la Dura, las monjas, viendo sojuzgado al enemigo, arriesgáronse a bajar y acudieron a Guillermina, que con el pañuelo se restañaba la sangre de su leve herida.

El Mosco y su acólito el Chispas habían caído en una emboscada de los guardas. El maestro había muerto acribillado de plomo; su discípulo y acompañante estaba en el hospital, con dos balazos en un hombro.

Entraba en aquel momento Celedonio el acólito que se metió en la conversación diciendo: No señor, ya se han ido. Eran doña Visita y la señora Regenta. Se han ido. Yo hablé con ellas. Les dije que hoy no se sentaba el señor Magistral; y doña Visita que ya quería irse antes, cogió del brazo a doña Ana y se la llevó. ¿Y qué decían? preguntó don Cayetano. Doña Ana callaba.

Parecía ella una sacerdotisa y él un acólito de aquel culto platónico. El mismo don Fermín, las veces que presenciaba aquellas ceremonias, sentía un vago respeto supersticioso, sobre todo si contemplaba el rostro de su madre, más pálido entonces, algo parecido a una estatua de marfil, la de una Minerva amarilla, la Palas Atenea de la Crusología.

Al alzarse, vio a Nucha también en pie, el índice sobre los labios. Perucho, que ayudaba a misa con desembarazo notable, se dedicaba a apagar los cirios, valiéndose de una luenga caña. La mirada de la señorita decía elocuentemente: «Que se vaya ese niño». El capellán ordenó al acólito que despejase. Tardó éste algo en obedecer, deteniéndose en doblar la toalla del lavatorio.

Mientras el acólito hablaba así, en voz baja, a Bismarck que se había atrevido a acercarse, seguro de que no había peligro, el Magistral, olvidado de los campaneros, paseaba lentamente sus miradas por la ciudad escudriñando sus rincones, levantando con la imaginación los techos, aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa, como el naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos.

El roder y su acólito tomaron asiento en la tartana de su pueblo, entre tres vecinas que saludaron con afecto al siñor Quico y unos cuantos chicuelos que pasaban las manos por el cargado retaco como si fuese una santa imagen. La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de naranjos, cargados de flor de azahar.

Recordaba haber visto muchas tardes al señor Magistral subir a la torre antes o después de coro. ¿Qué iba a hacer allí aquel señor tan respetable? Esto preguntaban los ojos del delantero a los del acólito. También lo sabía Celedonio, pero callaba y sonreía complaciéndose en el pavor de su amigo. El continente altivo del monaguillo se había convertido en humilde actitud.

Quisiera ir á Francia con estos dos amigos, señor, dijo Roger. Pero no que sirva para soldado, porque he sido siempre hombre de paz; estudiante desde que salí de la niñez y también lector, exorcista, acólito y amanuense en la abadía.