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Acaecíales muchas veces pasar de esta manera una o dos horas antes de acostarse, pues la señorita estaba acostumbrada de antiguo a leer en las altas horas de la noche. No parecía tan absorta en la lectura como otras veces. Posaba el libro con frecuencia sobre la mesa y se quedaba largo rato pensativa con la mano en la mejilla. Tornaba a cogerlo vacilando, para dejarlo otra vez muy presto.

Clementina guardó silencio, absorta sin duda en sus pensamientos. Colocada frente al espejo se dejó despojar del abrigo, contemplándose al propio tiempo con esa curiosidad eterna que las mujeres hermosas sienten por mismas. ¿Has estado en casa de Escolar? preguntó al cabo distraídamente. , señora. ¿Qué ha dicho?

¡Asesino, calumniador, sacrílego! repetía la cabeza; te acuso, ¡asesino, asesino, asesino! Y resonaba otra vez la carcajada seca, sepulcral y amenazadora como si absorta la cabeza en la contemplacion de sus agravios no viese el tumulto que reinaba en la sala. El P. Salví se había desmayado por completo. ¡Piedad! ¡vive todavía!... repitió el P. Salví y perdió conocimento.

La multitud, con esa impresionabilidad fácil de los pueblos meridionales, contemplaba absorta el paso de los encapuchados, a los que llamaba «nazarenos», máscaras misteriosas que eran tal vez grandes señores, llevados por la devoción tradicional a figurar en este desfile nocturno que acababa luego de salido el sol. Era una cofradía de silencio.

Recibióle la muchacha llorando, arrepentida sin duda de su calaverada, pues vistas ya las patas de la sota, no la quedaba ilusión que la sirviera de disculpa; y mientras el galán hacía protestas de que él no era el responsable de aquel desaguisado, sino el propio señor Vargas por su maldita terquedad, estando dispuesto a reparar lo hecho del mejor modo posible, Pablo miraba la pieza, que le pareció muy pobre y hasta desaseada, y a Pilar, sentada delante de la máquina, absorta en su tarea de desenredar el hilo de un carrete, la que encontró muy bonita y muy de su gusto.

Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel de sopetón y sin pedir permiso cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios.

Veía muy lejos el día de la victoria; la inercia de Ana le presentaba cada vez nuevos obstáculos con que él no había contado. Además, su amor propio estaba herido. Si alguna vez había ensayado interesar a su amiga descubriéndole, o por vía de ejemplo o por alarde de confianza, algo de la propia historia íntima, ella había escuchado distraída, como absorta en el egoísmo de sus penas y cuidados.

Y además, te tengo le dijo tomándola, cariñosamente de la mano que Lucía le abandonó como apenada y absorta. Te tengo, y de ti me vienen, y en ti busco, las fuerzas frescas que necesito para que el corazón no se me espante y debilite.

Supongamos, por un instante, que abstraída el alma de todo lo terreno, en suspensión de potencias y sentidos, en silencio maravilloso y quietud envidiable, goza del supremo bien, sin salir de esta vida mortal, y absorta y como hundida en la contemplación de su Creador, no cuida ya del prójimo ni de las otras criaturas.

¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin enfermedad?... ¿Señor Golfín, qué es esto? ¿Lo yo acaso? ¿No es usted médico? De los ojos, no de las pasiones. ¡De las pasiones! exclamó hablando con la moribunda . Y a ti, pobre criatura, ¿qué pasiones te matan? Pregúntelo usted a su futuro esposo. Florentina se quedó absorta, estupefacta.