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Actualizado: 4 de julio de 2025
Al punto que la gente reposaba, Un fuego se emprendiò, el Adelantado, Segun pareció ser, despierto estaba, A priesa sin parar se ha levantado: El viento al fuego fuerza acrecentaba, La casa y cuanto tiene se ha abrasado, Que mientras mas va, el fuego mas se atiza, Y vuelve todo en polvo y en ceniza.
Si no la hubiese abrasado en su celestial afecto y empezado a otorgar favores tan gratos como inmerecidos, nunca le hubiera venido a la cabeza idea tan disparatada. No, no pedía tanta gracia, tanto consuelo; le bastaba con lo que Jesús se dignase darle, con algunas migajitas de su amor inmortal.
Pero el suelo de la Grecia está envuelto, como en un manto cariñoso, por una atmósfera templada y sana, que excita las fuerzas físicas y da actividad al cerebro. Sobre las costas que baña la bahía de Río de Janeiro, el sol cae a plomo en capas de fuego, el aire corre abrasado, los despojos de una vegetación lujuriosa fermentan sin reposo y la savia de la vida se empobrece en el organismo animal.
El huracan reina solo, y su soplo abrasado parece contener todo el fuego de un infierno desconocido que existe entre los arenales, las rocas escarpadas, las ciénagas pestilentes y los escombros de las selvas calcinadas.
Todo eso, estará muy bien interrumpió Tiburcio, riendo como tenía de costumbre . Pero ¿a qué tanto rodeo? ¿A qué ir por tan extraviado camino hasta el extremo Sur de África? ¿A qué dejar atrás misterioso e inexplorado, este continente enorme, en cuyo centro, que nos fingimos abrasado, acaso esté el Paraíso que perdieron nuestros primeros padres? ¿A qué, en fin, dar tan desaforada vuelta y buscar el bien tan lejos, cuando le tenemos cercano?
El causador de su desdicha seguía siendo para ella un misterio, un imposible, un pensamiento fijo. Y por intuición, como por instinto, al sentir á su hijo en su seno, la pobre madre pensaba involuntariamente con el corazón abrasado de amor en el duque de Osuna, en aquel hombre á quien no podía pertenecer, que no debía conocer jamás su amor.
Esta fué la sanidad que milagrosamente dió la madre de Dios á Zumacaze, sobrino del cacique, que abrasado por muchas semanas continuas de una maligna fiebre, se le habían secado las carnes y consumido las fuerzas, de suerte que, como incurable, le habían, á su usanza, dejado en un total desamparo.
Entonces, de la encendida y húmeda lengua del perro caía gota a gota ese sudor interno que, no encontrando paso por los cerrados poros de la piel, se exhala por la boca. El pobre animal parecía muy cansado y sus lijares se agitaban con precipitada respiración. Luego emprendía de nuevo su marcha por aquel largo camino solitario y abrasado. De pronto se detuvo.
El sol iba a sumergir muy pronto su abrasado disco en el cristal de las aguas, iluminando algunos parajes de la llanura con dorada y fantástica claridad y dejando otros en la sombra. Los rumores eran más graves y profundos, de una melancolía infinita. Aquella masa inconmensurable de agua perdía lentamente su color azul, tomando otro verde muy opaco sembrado aquí y allá de fugaces reflejos.
Los hermanos Jee, que iban delante de todos, cayeron mal, ó no tuvieron tiempo de huir, y quedaron debajo de la locomotora, el uno, Alfredo, muerto en el acto, abrasado por toda la lumbre y por el agua hirviente de la máquina, y cogido por una rueda en medio del pecho; y el otro, Morlando, preso entre las piernas de su hermano y una peña, tendido boca abajo, con la cabeza y el pecho fuera de la máquina, pero recibiendo desde la cintura hasta los pies, y especialmente en la pierna derecha, el agua hirviendo de la caldera y el calor del hierro y de los carbones hechos ascuas.
Palabra del Dia
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