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Actualizado: 30 de junio de 2025


A los tres o cuatro meses de instituida aquella sabia y nobilísima Sociedad, comprendimos la urgencia de tener un órgano en la prensa, y resolvimos incontinenti fundarlo. Había de ser semanal y titularse La Abeja.

Allí aparecieron, arrebatados de una mano a otra mano, los primeros números de aquellos periodiquitos tan inocentes, mariposillas nacidas al tibio calor de la libertad de la imprenta, en su crepúsculo matutino; aquellos periodiquitos que se llamaron <i>El Revisor Político</i>, <i>El Telégrafo Americano</i>, <i>El Conciso</i>, <i>La Gaceta de la Regencia</i>, <i>El Robespierre Español</i>, <i>El Amigo de las Leyes</i>, <i>El Censor General</i>, <i>El Diario de la Tarde</i>, <i>La Abeja Española</i>, <i>El Duende de los Cafés</i> y <i>El Procurador general de la Nación y del Rey</i>; algunos, absolutistas y enemigos de las reformas; los más, liberales y defensores de las nuevas leyes.

El estrangero que llega á San-José quéda pasmado de admiracion al contemplar una vegetacion tan hermosa, y la variedad infinita de frutos que allí abundan. Efectivamente sus bosques ofrecen por todas partes la vainilla, el aceite de copaiba, recinas, cortezas aromáticas, gomas, la cera y la miel de abeja y multitud de plantas medicinales.

Para que el segundo número se imprimiese fue necesario repartir un nuevo dividendo pasivo a los socios, que se impusieron con gusto este sacrificio pecuniario. No fue más afortunado el segundo número de La Abeja en su aspecto económico: los chicos persistían en la idea funesta de no soltar un cuarto por aquel periódico; si querían dárselo de balde, bueno; si no, queden ustedes con Dios.

Un pez que pasa como un dardo da al conjunto de las vibraciones la forma de un óvalo muy prolongado; el insecto flotante que se mueve por impulsos sucesivos, deja tras dos estelas oblicuas en las que se encierran círculos desiguales; otro bicho, una abeja tal vez caída de un árbol, se deshace dando vueltas agitando sus alas con tal rapidez que el agua se riza con una miríada de líneas vibrantes, entrecruzando sus innumerables círculos: el insecto que se agita con tanta viveza, es lentamente arrastrado por el curso del arroyo y á veces lo vemos desaparecer repentinamente; es que un pez, con rapidez incomparable, acaba de tragarse al insecto, cesando todo su cortejo de líneas circulares.

El Boletín de Comercio, y La Estrella, La Revista y La Abeja las metáforas de Martínez de la Rosa y las interpelaciones del conde de las Navas, todo se funde en uno dentro del cesto de la trapera.

Todo tiene aquí bajo marcado el derrotero: el rio, hasta el mar hondo sigue el curso ligero, la abeja laboriosa va de la flor en pos; que tiene su destino todo vuelo que zumba: el águila á los cielos, el vampiro á la tumba, la golondrina al nido y la oracion á Dios.

Y en efecto, el ilustrado cuerpo de redacción de La Abeja, herido, escarnecido, arrojado ignominiosamente de su santuario por una miserable sirviente, bajó las escaleras a toda prisa, se disolvió al llegar a la calle, se esparció por Madrid y nunca más volvió a juntarse. Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática.

Unas veces firmaba con su nombre, otras con cualquier gracioso pseudónimo o anagrama. Celebraban los mareantes una fiesta en honor de San Telmo: don Rosendo escribía inmediatamente su carta al Progreso de Lancia o a La Abeja, describiendo la verbena, los fuegos artificiales, la misa, la procesión, etc.

A nuestro alrededor todo era soledad, silencio interrumpido solo por el zumbido de la abeja y el canto de los pájaros; profundos barrancos cubiertos de árboles que nunca hacha alguna ha tocado; alturas todavía de más difícil exploración, coronadas de árboles; arroyos y torrentes que forman precipicios y caídas de agua, dirigiéndose hacia el gran receptáculo del Océano.

Palabra del Dia

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