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Actualizado: 7 de junio de 2025


Y sin acordarse de estudiar, con la mirada vaga en el espacio estuvo pensando en la suerte de aquellos dos séres, el uno joven, rico, ilustrado, libre, dueño de sus destinos, con un brillante porvenir en lontananza, y ella, hermosa como un ensueño, pura, llena de y de inocencia, mecida entre amores y sonrisas, destinada á una existencia feliz, á ser adorada en familia y respetada en el mundo, y sin embargo, de aquellos dos séres llenos de amor, de ilusiones y esperanzas, por un destino fatal él vagaba por el mundo arrastrado sin cesar por un torbellino de sangre y lágrimas, sembrando el mal en vez de hacer el bien, abatiendo la virtud, y fomentando el vicio, mientras ella se moría en las sombras misteriosas del claustro, donde buscára paz y acaso encontrára sufrimientos, ¡donde entraba pura y sin mancha y espiraba como una ajada flor!...

Una lluvia de flores vino, de improviso, a oscurecerlo, y multitud de blancas palomas fueron lanzadas a él, abatiendo al punto el vuelo con aletear trabajoso, y cayendo sobre la muchedumbre, entorpecidas de tener tanto tiempo ligadas las patas.

La naturaleza, al embriagarla abatiendo su resistencia, parecía crear una virginidad extraña en aquel cuerpo fatigado por el placer. ¡Dios mío! ¿qué es esto?... ¿Qué me pasa? Debe ser el amor; un amor nuevo que no conocía... Rafael... ¡Rafael mío!

Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos.

Siglinda se estremece, «¿Quién ha entradoNadie, y sin embargo, un nuevo ser acaba de penetrar en la cabaña, abatiendo la puerta con su invisible rodillazo. Y Sigmundo, con la inspiración del amor, adivina quién es el recién llegado. «Es la Primavera que ríe en el aire en torno de tus cabellos. Se acabaron las tempestades; terminó la obscura soledad.

Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: ¡Eeeechen tabacooo!...

Por cierto que la señora se conceptuaba infeliz entre todas las señoras y damas de la tierra, por las muchas pesadumbres que sobre su alma tenía. No era sólo el estado lastimosísimo del más querido de sus sobrinos; otras cosas la mortificaban atrozmente, abatiendo su grande espíritu. Entre Fortunata y ella mediaron ciertas palabras que imposibilitaban absolutamente toda concordia.

En una de sus páginas tropezaron mis ojos con estas líneas: «La enfermedad es como citación y último emplazamiento que Dios hace a fin de que entremos en razón con El». Una como ola de religiosidad ganó mi espíritu, abatiendo en él cuanto existe de frivolidad, de aturdimiento, de ilusiones superficiales, y dándole un sentido abismático, una tristeza reflexiva abrumadora.

Comienzan á hacer gran alboroto, En luengo de la playa ya corriendo, Ya al fuerte, que tenia todo roto, Las paredes y chozas abatiendo: Y viendo

Un día, las vagonetas, al chocar unas con otras, aplastaban á un obrero: otro día saltaban de los rieles al bajar por el plano inclinado cayendo sobre un grupo encorvado ante el trabajo, que no recelaba la muerte traidora que llegaba á sus espaldas: los barrenos estallaban inesperadamente abatiendo los hombres como si fuesen espigas; llovían pedruscos en mitad de la faena, matando instantáneamente; y por si esto no era bastante, había que contar con los navajazos á la salida de la taberna, con las riñas en la cantera, con las disputas en los días de cobro, con la feroz acometividad de aquella inmensa masa ignorante y enfurecida por la miseria, en la cual vivían confundidos los que al salir de los penales de Santoña, Valladolid ó Burgos no encontraban otro camino abierto que el de las minas de Bilbao, en las que se necesitaban brazos, y á nadie se preguntaba quién era y de dónde venía...

Palabra del Dia

irrascible

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