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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Tenía por ella la respetuosa compasión y la tierna solicitud tributo de los hijos amantes que pagan las deudas de sus padres, desquite de las madres contra las esposas abandonadas, que hace brotar una rosa tardía en su corona de espinas.
D. Sancho de Leyva, que tenía á bordo un excelente práctico moro, abordó la primera de las naos; á la otra llegaron Scipión Doria y Gil de Andrada con sus respectivas galeras, hallando que dichas naos, que eran de Alejandría, cargadas de mercancías, estaban abandonadas.
No se veían sino dijes y prendas graciosas abandonadas sobre sillas y mesas; sombrillas largas, de seda, muy recamadas de cordoncillo de oro; cabás y estuches de labor, ya de cuero de Rusia, ya de paja con moños y borlas de estambre; aquí un chal de encaje, allí un pañuelo de batista; acá un ramo de flores que agoniza exhalando su esencia más deliciosa; acullá un velito de moteado tul, y encima las horquillas que sirven para prenderle.... El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén.
Y luego hay que convenir en que doña Ana tenía una gran práctica de cortesana, que conocía el secreto de inspirar la voluptuosidad, y en que, tales eran las manos que tenía abandonadas dulcemente entre las del duque, que por su forma y su tersura, venían á ser el prólogo de bellezas incomparables.
Casi se alegraron de la voladura que les cortaba el paso. Fueron colocándose instintivamente en los lugares más cubiertos de la barricada. Otros se introdujeron en unas casas abandonadas, cuyas puertas habían violentado los dragones para utilizar el piso superior. Todos parecían satisfechos de poder descansar aunque fuese combatiendo. El oficial iba de un grupo á otro comunicando sus órdenes.
Ambos reposaban entonces en el cementerio, Marta y yo, huérfanas, abandonadas, nos quedamos en la granja desierta, esperando el momento en que se nos expulsaría. Por mi parte sabía el camino que tenía que seguir, sabía que el porvenir no me ofrecía otra perspectiva que la de ganar duramente mi pan al servicio de otros.
Miré por él, latiéndome el corazón y temblándome todo el cuerpo; y la vi, allá en el fondo y en el mismo desaliño en que yo la había dejado en mi despacho, recostada en un sillón; el rostro, descolorido; los ojos, enrojecidos y secos; la mirada, perdida en el cúmulo de los pensamientos; la expresión, de honda tristeza, y las manos, abandonadas sobre el regazo. ¡Qué dolor!... ¡y qué corazón había elegido para anidar! ¡Y todo aquel estrago era obra mía; de mis maldades, de mis escándalos!
Y desde entonces los notables de Sarrió, no pusieron el pie en la calle de noche, como discretamente se lo habían propuesto. La tertulia del Saloncillo de última hora, la de la tienda de Graells, la de la Morana misma, quedaron abandonadas.
Y las dos, abrazadas estrechamente, se pusieron a llorar, comprendiéndose, reconciliándose, abandonadas al imperio de una de esas emociones que son como revelación repentina de una verdad generosa, y derraman su bálsamo de dulzura sobre las inquietudes y los sinsabores de la vida.
Pero al salir el 13 por segunda vez y cobrar el príncipe otro máximum, un murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana iba á ser tan famosa en el Casino solitario como las tardes y las noches más célebres, cuando luchan con la suerte los jugadores ricos. Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en el 13.
Palabra del Dia
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