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Ramiro, a su vez, desplegaba una esgrima aparatosa y soldadesca, con molinetes fantásticos, y su boca, entreabierta por el ansia homicida, dejaba rebrillar la dentadura.

Pero el pobre chico apetecía con ansia el amor y los cuidados de la familia: ante la bárbara indiferencia del colegio, el cariño y la consideración que le testimoniaban los criados de su casa éranle sabrosos.

Sacó a luz algunas anécdotas de su vida, en que no hacía muy honroso papel, y hasta la emprendió con sus trajes y corbatas, no perdonando medio para hacer reir a su costa. Los del Saloncillo sabían de esta carta y esperaban con ansia y fruición el golpe. Al fin la envenenada flecha que tanto temía Gonzalo, vino a clavársele en el corazón.

Yo sentí una opresión de agonía, un ansia de llorar que era como ansia de morirme... ¡Y no podía llorar, y no podía morirme! Por no poder llorar ni morirme me sentí sonámbulo. Y di un puntapié con toda mi fuerza a la puerta del sepulcro, una encantadora capillita gótica. Aunque era de hierro, la puerta voló en astillas y pavesas. Adentro del sepulcro había un ataúd cerrado con llave.

Lucía se confesó derramando lágrimas; relató sus angustias, sus sueños, las amarguras que en medio del placer sentía, el aborrecimiento, mejor dicho, el desprecio que la grosería de los hombres le inspiraba, el ansia de subir a otra región más elevada, de penetrar en una atmósfera pura y diáfana donde pudiese respirar con libertad.

Artículo de fe es ese de que no he dudado nunca dijo Quevedo, al que pasó por los ojos tal cosa, que dió ocasión á que le rodeasen y asiesen de él de improviso los alguaciles. ¡Eh! ¿qué es esto? ¿habréme convertido en doblón cuando con tal ansia me echáis mano? dijo Quevedo. Os habéis convertido en hombre preso por el rey. Su majestad viva, y pues su majestad lo quiere, preso me reconozco.

En tal situación de ánimo y después de aconsejar a Tiburcio que fuese circunspecto y sufrido a fin de vivir en paz, Morsamor le manifestó el ansia que tenía de salir de Goa y de buscar honra y provecho por nuevos y no trillados caminos.

El mozo se nos acercó y nos dio la carta. Blanca pidió bisque y nos hizo servir champagne. Era hija del padre; las delicadezas de la mesa la seducían más que otras cosas. Devoró el primer plato y agotó la copa con ansia. Nos habíamos sentado en un extremo de la mesa; las flores y los adornos centrales nos cubrían de los vecinos del frente.

De pronto vió ante ella una portezuela roja de automóvil abierta por la mano de su compañero. Sube ordenó Julio. Y ella subió apresuradamente, con el ansia de ocultarse cuanto antes. El vehículo se puso en marcha á gran velocidad. Margarita bajó inmediatamente la cortinilla de la ventana próxima á su asiento.

El ansia por saber de Pepe pudo al fin más que el amor propio, y pensó que la escena no podía prolongarse arriba de unos minutos. Ese caballero tiene un hijo que está en el Norte, ¿verdad?... ¿Sabe Vd. si se han recibido noticias suyas? señora, esta mañana precisamente: como que aluego de recibir la carta se quedó don José más tranquilo que está esa criatura.