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El entusiasmo de la juventud, el ansia de vivir, manifestábanse en él con extraordinaria fuerza, como frutos tardíos del árbol de su vida, que había pasado invierno tras invierno sin conocer hasta ahora la primavera. Al reunir y ordenar sus recuerdos, no se daba cuenta de cómo había ocurrido su transformación. Sin duda, el amor era más fuerte que su característica timidez.

Mucho peor: tengan cuidado. Aunque hablaban con misterio, la niña se enteró, y preguntó con ansia. ¿Mi padrino? Ellos ya bajaban la escalera y no respondieron nada. Rita aceleró el paso llena de inquietud. Carmen tenía los ojos muy abiertos en la semioscuridad del pasillo, y toda su alma se asomaba por ellos como escudriñando las tinieblas del porvenir.

Estiré el cuello, asomé la cabeza como un miserable espía y... nadie. A la reja no había nadie. Un goce intensísimo bañó todo mi ser como un bálsamo celestial. A este goce sucedió ansia indefinible de cerciorarme de que los ojos no me engañaban, que a la reja no había nadie, absolutamente nadie.

Y se encontraron allá con que todo faltaba, y para recolectar un poco de oro había que sufrir horriblemente. El gobernador, con el ansia de amontonar riquezas y contrariado por los obstáculos, mostrábase huraño, atribuyendo la falta de éxito a la pereza de los individuos de la colonia.

Al entrar en un espacio iluminado, el padre Aliaga miró con ansia á la comedianta; al verla, dió un grito. ¡Ah! exclamó ; ¡es ella! ¡Margarita! Os habéis engañado, señor dijo la Dorotea ; yo no me llamo Margarita.

Preferí que creyera esto a descubrirle la verdad; le dejé reposando lo que él llamaba su comida, y me volví a mi ronda, de claro en claro, por todos los ventanillos de la casa. Continuaba encalmado el viento y nevaba muy poco; pero Chisco no asomaba por ninguna parte, ni una noticia de las que yo esperaba con un ansia que tocaba en lo febril.

No temía que las intrigas del Cabildo pudiesen gran cosa contra el prestigio de su Fermín, que era el instrumento de que ella, doña Paula, se valía para estrujar el Obispado. Fermín era la ambición, el ansia de dominar; su madre la codicia, el ansia de poseer.

El tío Manolillo buscó con ansia un plato entre los que cubrían la mesa de la reina, y vió uno solo puesto delante del plato de Margarita de Austria. Aquel plato estaba adornado con berros. Era una perdiz que tenía todas las patas.

Murió su padre y se confesó con remordimiento que no lo sentía. Respiró con ansia y delicia el aire de la libertad. Hubo un momento en que la vida le pareció menos horrible; el mundo tuvo para él una dulce sonrisa. Fue cuando, el bolsillo bien repleto, se marchó a Madrid. Primero la ciencia le ofreció un consuelo y un entretenimiento.

Pegóse Tapón a la roca más lejana, que le cortaba la salida, volviéndose de nuevo muy pálido y asustado, y con el ansia mortal de la zozobra, con la desfallecida voz del miedo, dijo muy bajo: ¿Qué quieres?