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¡Señor de Ágreda! ¡Ah! caramba, ¡ya no me acordaba! He reunido infinidad de datos que pueden ser a Vd. de gran utilidad. Poco hay que yo no conozca; pero en fin, lo agradezco mucho... ¿Tiene Vd. ahí los apuntes? Pepe llevaba las cuartillas en el bolsillo, mas no le convenía dárselas allí. No, señor, no las he traído. ¿Qué necesidad tiene nadie de enterarse?

Cumplió Vd. bien conmigo, me arregló Vd. la biblioteca, y ¡abur! no ha vuelto Vd. a parecer; de modo que quien está en falta soy yo. No hablemos de eso, señor de Ágreda, ya tendré yo el gusto de ir a saludarle y a recibir sus órdenes.

La niña lo tenía, en efecto, comprometido con el conde de Agreda; mas al oir la demanda de Castro, sintió tales deseos de acceder a ella, que con sorprendente audacia respondió que . La duquesa designó como dama directora a la condesa de Cotorraso, a la cual se unió Cobo Ramírez. Este se imponía en todos los bailes como habilísimo director de cotillones.

Pero León Guzmán, una vez sosegada la risa, pudo con maña retirarse un poco y entablar conversación aparte con Esperancita. Esto llenó de dolor y sobresanó a Ramón. Hacia días que venía observando que el conde de Agreda miraba con buenos ojos a su dueño adorado. Considerábale más temible que a Cobo, por ser hombre de brillante posición.

Lo que había tomado era veneno, con los obsequios que su amigo, el conde de Agreda, tributó por más de una hora a Esperanza. Oye, feo, ¿por qué no comes? le dijo Amparo volviéndose de repente hacia él . ¿Es verdad que la chiquilla de Calderón no te hace caso? Te doy la enhorabuena, hijo, porque debe de tener mucho humor herpético.

Su ánimo fue pasando rápidamente del mayor desaliento a la más caprichosa esperanza, y por fin, tras muchas alternativas de animación y desfallecimiento, temiendo que lo novelesco degenerase en ridículo, decidió no volver a poner nunca los pies en casa del señor de Ágreda, ni a pasar jamás por Recoletos a las horas de misa.

Según mis noticias y ya sabe Vd. que todo lo averiguamos cuando es cosa de interés la señorita de Ágreda ha reñido con su hermano de Vd., o mejor dicho; están en absoluto cortadas las relaciones entre ambos, y esto a Vd. se le debe. Hice lo que pude, sin que me costara gran trabajo. Me bastó decirla que Pepe frecuentaba la casa de otra mujer.

Acudiendo a la cita del señor de Ágreda, a las diez y media de la mañana siguiente entraba Pepe en el hôtel que aquél habitaba, situado al final de la Castellana. Atravesó el jardín, pequeño y bien cuidado, subió las escalerillas, llenas de macetas, que parecían estar custodiando dos magníficos perros de bronce, y entró en el despacho, que formaba parte de la planta baja.

A la mesa, a la mesa dijo Alcántara . Estas óperas alemanas me excitan un hambre de lobo. Levantáronse todos del asiento y se aproximaron a la mesa, mientras Castro hacía sonar el timbre para avisar al mozo. El conde de Agreda los detuvo con un gesto.

Su corazón empezó a saltar alegremente dentro del pecho. También Ramoncito estaba satisfecho con aquel trueque. El conde de Agreda le era de poco tiempo atrás muy antipático, casi tan antipático como Cobo Ramírez, porque empezó a sentir de él los mismos celos que del otro. En cambio, a Pepe Castro considerábalo como su mismo yo; otro concejal más esbelto.