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Actualizado: 12 de julio de 2025
Y los hermosos ojos de la señorita Irma Steimbourg se posaban con visible complacencia sobre la rosada nariz del dichoso millonario. Los dos jóvenes bailaron juntos todos los cotillones del invierno; por eso el mundo daba ya por descontada su boda. Una noche, a la salida del Teatro Italiano, el anciano marqués de Villemaurin detuvo en el peristilo a L'Ambert.
La niña lo tenía, en efecto, comprometido con el conde de Agreda; mas al oir la demanda de Castro, sintió tales deseos de acceder a ella, que con sorprendente audacia respondió que sí. La duquesa designó como dama directora a la condesa de Cotorraso, a la cual se unió Cobo Ramírez. Este se imponía en todos los bailes como habilísimo director de cotillones.
A los quince, libre ya de ayos y maestros, era el sietemesino más galán que aspiraba a afeitarse, y dirigía cotillones en los grandes salones de la corte; a los veinte, era un afortunado tenorio de mala ley, que hacía gala en el Veloz Club de sus aventuras escandalosas; a los veinticinco, era un perdido aristocrático, elegante, modelo, que no retrocedía ante una estocada de mentirijillas, ni ante un steeplechase, ni ante un copo de veinte mil duros, y derrochaba los millones de su mujer con la misma facilidad con que la varilla encantada de un mágico hace fluir del centro de la tierra tesoros escondidos y guardados por gnomos y salamandras.
¡Pobre hija mía! ¡Cuando pienso que una simple comida es un acontecimiento en tu vida!... A tu edad estaba yo continuamente en fiestas y recepciones. ¡Los cotillones que yo he dirigido! Y, sin embargo, Dios sabe que no era yo mundana. Pero nuestra situación y los ascensos de tu padre exigían cierto decoro y cierta representación.
Palabra del Dia
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