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Hasta entonces paré mientes en que el pobre, el que vive de un sueldo mezquino, está a merced de quienes le pagan. ¿Qué hará si le echan a la calle? ¿Qué hará, si, lastimado en su honradez y en su dignidad, protesta de su inocencia, y toma el sombrero, y se va? «¡No hará tal! dice el amo. ¿Qué come mañana? Tiene hijos, esposa...» Y fiado en esto le ultraja y atropella sin piedad.

Era para como un primer amor, con todo el encanto dignificante que un idilio virginal tiene para el hombre hecho, que después amó cien veces... Si usted es querido alguna vez como yo lo fuí, y ultraja como yo lo hice, comprenderá toda la pureza viril que hay en mi recuerdo. Hasta que una noche tropecé con ella.

Es verdad que a ninguno fusila; eso estaba reservado a Rosas, jefe también del partido católico, pero los veja, los humilla, los ultraja, lo que no estorba que todos los viejos y las beatas dirijan sus plegarias al cielo por que la victoria a sus armas. Pero la historia de Gutiérrez no concluye aquí. Quince días después recibe orden de salir desterrado con escolta.

Hay en la mujer que se ama no qué divinidad, cuyo secreto parece que uno solo posee, que sólo á uno pertenece y cuyo velo no puede ser tocado por una mano extraña, sin hacernos sentir un horror que no se parece á otro alguno: el estremecimiento de un sacrilegio. ¡No es solamente un bien precioso que se nos arrebata; es un altar que se profana en nosotros, un misterio que se viola, un Dios que se ultraja! ¡Ved ahí los celos, al menos los míos!

Perdonad, señora me dijo ; pero temo más las consecuencias de no llevar una contestación vuestra á la persona... ¿qué digo? al ilustre personaje que me envía, que la riña que pudiera tener con vuestros criados. Ya lleváis contestación á esa persona. A la persona que me envía, no se la puede contestar de ese modo me dijo , porque esta persona... ¡Me ultraja!

Le aseguro por mi honor, que me ultraja. Tenga á bien reflexionarlo. Sus suposiciones no reposan sobre ninguna verosimilitud. Yo no he podido preparar de ninguna manera la perfidia de que me acusa, y sobre todo, aunque lo hubiera podido, ¿cuándo le he dado el derecho de creerme capaz de ello? Todo cuanto de usted me da ese derecho exclamó cortando el aire con su látigo.

Quiroga, el campeón de la causa que han jurado los pueblos, como se estila decir por allá, era bárbaro, avaro y lúbrico, y se entregaba a sus pasiones sin embozo; su sucesor no saquea los pueblos, es verdad; no ultraja el pudor de las mujeres; no tiene más que una pasión, una necesidad: la sed de sangre humana y la del despotismo.