United States or Lebanon ? Vote for the TOP Country of the Week !


Mira; créetelo porque te lo digo yo: cuando entró paicía que entraba una luz en el cuarto. Fortunata sentía ganas de echar a correr. «¿Pero todavía le tienes tirria?... ¡Ay, qué mala eres! Perdónala, que bien lo merece. Te quitó tu hombre; pero ella no tenía culpa. ¡Qué roña!... ¡ay!, se me escapó.

Porque ella no tiene la culpa. Perdónala, chica, perdónala; que lo primerito para salvarse es perdonar a una parte y otra.

Se levantó buscando la puerta; corrió hacia ella despavorida. El terror le daba alas. Entre tanto el anciano gritaba: «Insultándome, , sin respeto a mis canas, a mis sufrimientos de padre... ¡Oh, Señor! Perdónala, perdónala, Señor, porque no sabe lo que se dice». Isidora salió al pasillo cuando llegaba el Director, que al instante comprendió la causa de su miedo.

Pablo se quedó atónito. Evidentemente en su alma pasaba algo extraordinario, porque se volvía de un lado y de otro para cerciorarse de que no estaba soñando. Pero un instante después, y oyendo que la madre de Carmen, con las manos juntas en actitud suplicante, decía: ¡Pablo, perdónala! dejó escapar de sus ojos dos gruesas lágrimas, e hizo un esfuerzo para hablar.

La mano de su esposo era una tenaza de acero que iba a triturarle el hueso. ¡Perdónala, Gonzalo, perdónala! entró gritando en aquel instante doña Paula. El indignado joven volvió la cabeza sin soltar a su esposa.

Fortunata, que estaba sentada frente a la puerta aquella, levantose de golpe, quedándose yerta y muda. Jacinta no aparecía. Se oyeron tan sólo sus sollozos. Estaba sentada en una silla, apoyando la cabeza en la cama de la santa. Esta se fue a ella y le dijo: «Perdónala, querida mía, que no sabe lo que se dice». Y usted... añadió, saliendo a la puerta , bien comprenderá que debe retirarse.