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538 Había un gringuito cautivo que siempre hablaba del barco, y lo augaron en un charco por causante de la peste; tenía los ojos celestes como potrillo zarco. 539 Que le dieran esa muerte dispuso una china vieja, y aunque se aflije y se queja, es inútil que resista: ponia el infeliz la vista como la pone la oveja.

Después dijo, imitando la voz grave del otro: Señor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompañado. El norteamericano, vencido por la cómica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabó por reir. Celinda rió también. Ya conoce usted mi carácter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer.

Trabaja usted demasiado, y yo no quiero que se canse, ¿sabe, gringuito?... Es mucho quehacer para un hombre solo. ¿Cuándo viene su amigo Robledo?... De seguro que estará divirtiéndose allá en París.

La niña de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huía verdaderamente, hizo un gesto de cólera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: ¡No se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto sólo ha sido para reir, lo mismo que otras veces.

El joven, después de haberse arrodillado, quiso levantarse, convencido de la inutilidad de esta orden. Celinda tenía bien sujeta esa espuela. Pero ella insistió para mantenerlo en dicha posición. ¿No le digo, gringuito, que voy á perderla?... Fíjese bien. Y sólo accedió á reconocer su error y á permitir que se levantase cuando la otra hizo volver grupas á su caballo.

Montó en su cabalgadura, siempre con la carabina en la diestra, y uniéndose á su camarada fueron á situarse los dos junto á la tropilla de caballos, dispuestos á defender hasta la muerte las cargas de sacos y fardos que representaban la fortuna de la comunidad. Rojas pareció olvidarlos, acercándose á Watson para preguntarle con ingenua emoción: ¿Qué le pasa, gringuito?... ¿Le han matado?