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Edificios y carros se van, y en su lugar ve Fortunata algo que conoce muy bien, la ropa de Maxi, colgada de una percha, la ropa suya en otra, con una cortina de percal por encima; luego ve la cama, va reconociendo pedazo a pedazo su alcoba; y la voz de doña Lupe ensordece la casa riñendo a Papitos porque, al aviar las lámparas, ha vertido casi todo el mineral... y gracias que es de día, que si es de noche y hay luz, incendio seguro.

Para remediarse, porque ella había allegado bastante dinero con un gran corral de gallinas, y más aún con su habilidad para aviar pollos. Aunque iba a la chita callando y no gastaba pito, la llamaban la gabacha. ¡Qué tacto en aquellos dedos verdugos!

La puerta estaba entreabierta, y entraron... En el cuarto de estudio, todo en su sitio: los libros sobre la mesa, un montoncito de papeles rotos sobre la carpeta... En el dormitorio, nada ni nadie: la colcha de la cama revuelta, como que el cuarto estaba sin aviar, según propia confesión de Pampa, a quien el niño había dicho que ya no hacía falta.

Teníamos una asistenta vieja para aviar las habitaciones, porque la duquesa, sabiendo lo enamoriscado que era mi padre, no consintió que tomase criada, no fuese a perder la chaveta y hacerme a perder la inocencia. La señora cuidaba de como una madre. Me llevaba con frecuencia a comer con ella, y me daba libros a que se los leyese. También me enseñó algo de francés.