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El único rumor que fácilmente se percibió era una bullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del mundo estuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con sus plumas el techo y las paredes. Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto le nacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire, levantó el vuelo y desapareció.

Todo era luz en aquella criatura: un rayo de sol de primavera sobre un vaso de cristal lleno de rosas y azucenas; luz de las glorias de Murillo, henchidas de ángeles con cabelleras de oro y blancas alitas transparentes; luz irradiaban sus ojos azules; luz sus mejillas nacaradas; luz sus rizadas guedejas rubias; luz los húmedos corales de sus labios sonrientes; luz las mutiladas palabras de su fresca boca; luz el argentino timbre de su voz infantil; y una aureola de luz del amanecer de un día de mayo era la indescriptible expresión de angélica inocencia, de dulce ingenuidad que resultaba del conjunto de todas las perfecciones de aquella cabeza, colocada sobre un cuerpecito que parecía delineado por las hadas de los cuentos orientales.

El único rumor que fácilmente se percibió era una bullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del mundo estuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con sus plumas el techo y las paredes. Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto le nacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire, levantó el vuelo y desapareció.

Cómo y lo que la marquesa quiere a esa niña; la escrupulosidad que pone en su incesante cuidado de que no manche sus alitas de ángel ni un átomo del polvo de las impurezas de aquella casa; de que tenga a su madre por la más amorosa y honrada de todas las madres, y de que no sepa cómo se vive en el mundo a que nació destinada, es imposible que puedas imaginártelo.

¡, recuperarlo, pero cómo, cómo, Dios mío! exclamó. La mosca impertinente volvió, agitando sus alitas impalpables, y ella no la rechazó, como antes, la acarició, al contrario... ¡, se humillaría hasta hundir la frente en el polvo! se trataba de salvar a Quilito, y si no había más medio que ése, el último, a él, apelaría, con los ojos cerrados.

Eran murmullos como de voleteos de pájaros en pajarera, ruido de risitas semejante a sartas de perlas que caen desgranándose en una copa de cristal, sedoso crujir de países de abanico, estallido seco de varillajes, ruedecillas de sillón que un punto corrían sobre el encerado piso, ruge-ruge de faldas, que parecía estridor de alitas de insecto.