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»¡Oh, amigo! Yo debí nacer en España. Si yo hubiese nacido bajo este sol, habría sido guerrillero hoy y mendigo mañana, y fraile al amanecer y torero por la tarde, y majo y sacristán de conventos de monjas, abate y petimetre contrabandista y salteador de caminos... España es el país de la naturaleza desnuda, de las pasiones exageradas, de los sentimientos enérgicos, del bien y el mal sueltos y libres, de los privilegios que traen las luchas, de la guerra continua, del nunca descansar... Amo todas esas fortalezas que ha ido levantando la historia, para tener yo el placer de escalarlas; amo los caracteres tenaces y testarudos para contrariarlos; amo los peligros para acometerlos; amo lo imposible para reírme de la lógica, facilitándolo; amo todo lo que es inaccesible y abrupto en el orden moral, para vencerlo; amo las tempestades todas para lanzarme en ellas, impelido por la curiosidad de ver si salgo sano y salvo de sus mortíferos remolinos; gusto de que me digan «de aquí no pasarás», para contestar «pasaré».

Harto mejor fuera de acometerlos nosotros, pues estaba entendido que el estar así recogidos era de miedo, por ser pocos, que les faltaba aquella gente que combatía en las galeras, porque saliendo por la parte de Poniente pocos soldados de los nuestros, comenzaron á huir los turcos y desamparar las trincheas, y llegáronse con los del montón.

Llamó, pues, un día á doce de los más fervorosos cristianos, y de igual ánimo en los peligros, y con gran copia de razones les exhortó á que quisiesen ser sus compañeros en aquella empresa, diciéndoles que en el cielo les daría Dios el galardón de lo que por su amor padeciesen; que debían procurar el bien de los otros y moverse á compasión de tantas almas oprimidas de la tiranía del demonio, de quien ellos, por la misericordia divina, habían sacudido el yugo; que no se espantasen de los trabajos y riesgos que se les ofrecían porque corría por cuenta del cielo el librarlos de ellos; fuera de que él sería el primero en exponerse á los peligros y ellos en su seguimiento vendrían pisando sus huellas; él tantearía primero los vados de los ríos, se arrojaría por los pantanos, echaría mano del hacha, y si osasen acometerlos los bárbaros, él se ofrecería á servirles de escudo.

El secretario pidió un sorbete; su acompañado, ignorando lo que aquello sería, pidió otro. Sirviéronles los sorbetes. El de Madrid descogolló el suyo de un bocado, con la mayor limpieza imaginable; el aldeano, que desde que vió llegar los refrescos vacilaba en el modo de acometerlos, imitó á su compañero, ¡en mal hora para el desdichado!