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No era una mujer lo que encontraba; era una hembra fríamente resignada con los deberes de la procreación. Sobre esto tenía ella sus «ideas particulares y propias» como su marido allá en las Cortes. El querer mucho a los hombres no era de mujeres buenas; eso de entregarse a la caricia con estremecimientos de pasión y abandonos de locura, era propio de las malas, de las perdidas.

Llamábanse primos por su lejano parentesco, se embriagaban juntos, y Luis afirmaba su resolución de ir a tiros con todo el que no confesase que la Marquesita era «la mujer más barbiana de la tierra». Pero a pesar de los abandonos de Lola, que permitían al calavera apreciar sus secretos físicos, y de que más de una vez la acompañó hasta su casa por las desiertas calles, haciendo esfuerzos por contener sus arrebatos de histérica que la impulsaban al escándalo, nunca sus relaciones pasaron de una intimidad amistosa.

Después, mientras firmaban las partes contratantes, el notario, subiéndose los vidrios á la frente, entretenía á la reunión con algunos cuentos de la tierra, siempre honestos, sin alusiones á los pecados de la carne, pero en los que figuraban los órganos digestivos con toda clase de abandonos líquidos, gaseosos y sólidos.

Los jóvenes ricos iban tras ellas, atraídos por el encanto de lo exótico, solicitando generosos abandonos que pocas veces eran rehusados. Deseaban conocer a un torero célebre, un espada de los más guapos, aquel Gallardo cuyo retrato habían contemplado tantas veces en estampas populares y cajas de cerillas. Luego de verle en la plaza, habían pedido a sus amigos que se lo presentasen.

Los dos se sorprendieron al verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. Después de vagar á la ventura, el instinto había acabado por llevarlos hasta allí. El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias y abandonos, se mostraba apremiante. Déjame entrar murmuró . Nadie me verá... Me marcharé antes que llegue la aurora... Alicia se revolvió, como si despertase.

El principal motivo de estos abandonos de buque son sin duda las tempestades y los incendios que dejan a la deriva negros esqueletos errantes. Pero hay otras causas singulares entre las que se puede incluir lo acaecido al María Margarita, que zarpó de Nueva York el 24 de Agosto de 1903, y que el 26 de mañana se puso al habla con una corbeta, sin acusar novedad alguna.