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Pues bueno: llegamos sin que nos viera nadie, guardó Catana el contrabando de la ropa mojada, y yo me fui corriendito hacia mi gabinete; pero al entrar en la sala, ¡zas! salía él del suyo, y me pescó.

«Huyo de mi deshonra, en vez de lavar la afrenta, huyo de ella... esto no tiene nombre, ¡oh!... lo tiene...». Y ¡zas! el nombre que tenía aquello, según Quintanar, estallaba como un cohete de dinamita en el cerebro del pobre viejo. «¡Soy un tal, soy un tal!» y se lo decía a mismo con todas sus letras, y tan alto que le parecía imposible que no le oyeran todos los presentes.

Iba caminando lentamente por la de las Infantas, meditando sobre el plan de la noche o sea el modo de pasarla más divertido, y saboreando un buen cigarro habano, cuando de pronto ¡zas! recibo un fuerte golpe en la cabeza que me hace vacilar; el flamante sombrero de copa fue rodando por un lado y el cigarro por otro.

¡Convenido! ¿Y por qué no usan ustedes o no aceptan mis cristales? insistió Melchor, riéndose cariñosamente. Porque este café, visto al través de cualquier cristal rosado, seguirá viéndose negro. Pues se toma un cristal de un rosado más subido y... ¡ya está! Yo tengo una colección de cristales en el bolsillo, y en cada caso, ¡zas! saco el que me conviene. ¡Es una suerte! dijo Ricardo.

Si no la puedes ver más que al diablo profería la joven haciendo esfuerzos por reprimir la voz, si la aborreces, ¿por qué te acercas á ella públicamente? ¿Por qué le das ese gusto sabiendo que á puede mortificarme? ¿No ves que la gente nos observa, que puede muy bien suponer que de aquella candela queda algún rescoldo?... ¿Te has figurao, hijo, que vas á ponerme en ridículo como has hecho más de mil veces con ella? ¡Que te se quite, niño!... Nuestro compromiso es de ayer y está sostenido por un hilito... Tomo las tijeras y ¡zas! lo corto... ¡Ya está cortado!... Ya no tenemos ... Conque por un lado y yo por otro...

En fin, que él amortajó a Doña Armanda, y entre él y yo la velamos, y al amanecer... ¡zas! tren especial y a Bretaña con el cuerpo en un ataúd de palo santo fileteado de plata: al castillote de qué yo qué, a enterrar con sus padres, abuelos y tatarabuelos a la pobre señora.

Con el cuerpecillo cubierto de pelos y algo de cascarón adherido aún á semejante parte, corren alrededor de su madre, asombrados de todo: del cielo, de la luz, del aire, dándose el parabién por haber sabido escapar de aquel lóbrego huevo donde los tenían encerrados contra toda justicia y razón. Los patitos ven un charco, sienten bullir en su mente el genio de Colón, y zás... al agua.

Figúrate que hay en el suelo dos barras de hierro donde se ajustan las ruedas de unos enormes coches... así como casas. Estos coches van atados unos a otros. A poco que les empujen, como las ruedas se ajustan a las barras de hierro, ¡zás! aquello corre como una exhalación. Ya entiendo... las mulas.... Si no hay mulas, tonta.... Ya te lo explicará D. Salvador, que ha montado en esos vehículos.

Iba caminando lentamente por la de las Infantas, meditando sobre el plan de la noche a sea el modo de pasarla más divertido, y saboreando un buen cigarro habano, cuando de pronto ¡zas! recibo un fuerte golpe en la cabeza que me hace vacilar; el flamante sombrero de copa fue rodando por un lado y el cigarro por otro.

Si no estoy equivocado, la deglución de esta gran bola por el ancho tragadero de D. Francisco acaeció en Abril. Tranquila descansaba Rosalía en la idea de lo remoto del pago, creyendo poder reunir la suma en un par de meses, cuando allá por los primeros días de Mayo... ¡zas!, la cuenta.