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Actualizado: 31 de mayo de 2025
No juegues al escondite; yo no bromearía en tu lugar, Magdalena continuó Yuba-Bill, que en un exceso de furor daba ya vueltas pateando. ¡Magdalena! continuó la voz. ¡Oh, Magdalena! ¡Mi buen señor! dijo el juez, en el tono más patético. Imagínese lo inhospitalario de rehusar un abrigo contra la inclemencia del tiempo, a mujeres desamparadas. ¡Señor mío de mi alma! Pensar que...
Reinaba la más completa oscuridad, y todo cuanto pudimos saber, gracias a los rosales que nos rociaban con su húmedo follaje a cada ráfaga de viento, fue que estábamos en un jardín o cosa parecida. ¿Conoce usted al inquilino de esta casa? preguntó el juez a Yuba-Bill.
Pareciome que la onda de luz deslumbradora inundaba en regenerador bautismo la humilde cabeza de la mujer cuyos cabellos, como en la bella y dulce leyenda del Evangelio, besaba los pies del que amaba: hasta prestó una bondadosa poesía al irregular perfil de Yuba-Bill que con abiertos y pacientes ojos velaba en guardia, medio recostado entre este grupo y los viajeros.
El látigo chasqueó y nos pusimos en marcha, pero cuando llegamos al camino real, la diestra mano de Yuba-Bill hizo que los seis caballos cayeran sobre sus patas traseras y la diligencia se paró bruscamente: allí, en una pequeña eminencia junto al camino, estaba Magdalena, flotante el cabello, centelleantes los ojos, ondeando el pañuelo y entreabiertos sus labios por un último adiós.
No; ni ganas contestó Yuba-Bill secamente, viendo ofendida en su persona, por tan contumaz individua, a toda la compañía pionera de diligencias. ¡Pues, sí que la hemos hecho buena!... replicó el juez, pensando en la verja allanada. Mire usted dijo Yuba-Bill, con delicada ironía, ¿no haría mejor en volverse y tomar asiento en el coche hasta que le avisaran? Yo entro.
Una letanía de Magdalena terminando con una carcajada interrumpió su peroración. Yuba-Bill acabó la paciencia; tomando del camino una pesada piedra derribó la verja, y seguido del correo penetró en el cercado: nosotros tomamos la misma dirección.
Creo que se dio cuenta de la admiración que excitaba, por lo menos la de Yuba-Bill no podía dejar de observarla; pero su misma franqueza estableció una perfecta igualdad entre todos, cruel y humillante para los miembros más jóvenes de nuestra compañía. La escena del oso nada añadió a favor de Magdalena en la opinión de las personas de su sexo que estaban presentes.
Palabra del Dia
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