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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba, que si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también para como para los otros deseaba algunas veces; mas no la vía, aunque estaba siempre en .

Este Alonso, si nos atenemos á lo que dice Figueroa en su Plaza universal, había muerto ya en el año de 1615; no así Pedro de Morales, á quien Cervantes, en el cap. 2.º de su Viaje al Parnaso, llama el favorito de las musas, modelo de talento, ingenio y gracia, que vivía sin duda en el año de 1635, puesto que en la Fama póstuma, de Montalbán, se encuentra incluído un soneto suyo sobre la muerte de Lope de Vega.

Ella había realizado el prodigio de hacerle salir de la duda, de la incertidumbre en que vivía. Ella había sido su religión, con la luz de sus ideas lo había iluminado, lo había guiado con mano firme por entre todas las contradicciones, engaños y errores, le había enseñado lo que debía creer y lo que debía negar.

Llegué a Madrid, y como había alentado una ilusión acaso para entretener mi hastío, y esta ilusión era la atmósfera en que vivía, sin tomarme más tiempo que el necesario para lavarme y mudar de traje me presenté en el colegio. Salió a abrirme una persona desconocida, que me miró con extrañeza. ¿Doña Gregoria...? dije. No vive aquí, me contestó la criada y me dio con la puerta en las narices.

Estaba envenenada, envenenada con fósforos, y había sufrido atroces dolores durante horas enteras, callando para que el remedio llegase tarde... ¡y llegó! Al día siguiente ya no vivía. La pobrecita tuvo valor. Amaba con toda su alma al mediquín, y yo mismo leí la carta en la que el muchacho se despedía para siempre por saber de quién era hija. No la lloré. ¿Tenía acaso tiempo?

Todos los que conozcan a Miquis verán que no exageramos ni añadimos nada al poner aquí sus festivas paradojas. Efectivamente, Isidora vivía al fin de la calle de Hortaleza en un número superior al 100. Su casa era nueva, bonita, alegre, nada grande.

Amante, hasta el delirio, de su país, vivía feliz entre las agrestes fragosidades que rodean á Majayjay, las cuales le recordaban las pintorescas montañas de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven.

Un diputado republicano proclamaba la guerra a Dios, le retaba a que le hiciese enmudecer, y la impiedad seguía inmune y triunfante, derramando su elocuencia como una fuente envenenada. Gabriel vivía en un estado de belicosa excitación.

En Inglaterra hubo de tener muy buen éxito nuestra novela, ya que de ella se hicieron en poco tiempo tres traducciones y ediciones diferentes en lengua vulgar. Vivía entonces el famoso Daniel de Foe, y es probable o casi seguro que leyó la historia de Hay Benyocdan, gustó de ella y se propuso imitarla.

En el seno de la prosperidad en que ella vivía, no pudo darse nunca cuenta de lo grande que es el imperio de la pobreza, y ahora veía que, por mucho que se explore, no se llega nunca a los confines de este dilatado continente. A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad.

Palabra del Dia

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