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Actualizado: 19 de junio de 2025
Precisamente, el banquero más rico de la ciudad, Sam Poetor, era pariente de mi compañero de camino, y en cuanto supo nuestra llegada, nos envió á buscar en su coche, hizo recoger nuestros equipajes en el hotel y de grado ó por fuerza nos instaló en su casa. Era el tal un solterón de cincuenta años, y rico como lo son los de aquel país, vivía como un príncipe sin privarse de ningún placer.
Entre ella y los jóvenes de la sociedad en que vivía, pronto había puesto el orgullo de Ana y la necedad de los otros un muro de hielo. «No se casarían con ella, había dicho doña Anuncia, porque era pobre; pero ella les tomaba la delantera, y los despreciaba por fatuos y adocenados».
Una nube negra pesaba sobre el alma del artista, de quien, no pudiendo resistirlo ni aun los miembros de su familia, una su hermana, que con él vivía, se apartó para entrar en un convento. Más tarde, su hijo Francisco le robó mil pesos que tenía ahorrados y se huyó á Italia, donde siguió aprendiendo la pintura, que ya había comenzado, y de donde no regresó hasta que murió su padre.
Vivía con una amiga de su madre, vieja y casi ciega, antigua criada durante veinte años de un señor enfermo y malhumorado, que al morir le legó una renta de dos pesetas, lo suficiente para no morirse de hambre.
Su hermano Jaime, al llegar, haría cosa de un año, de la isla de Cuba, quiso comprar la casería; mas aunque daba por ella lo que no valía realmente, su propietario, un marqués residente en Madrid, no se la quiso vender. Tomás vivía con bastante desahogo, dada su condición, pero sin economizar un ochavo, y a veces un tantico apurado.
Según yo lo esperaba, por antecedentes que tenía adquiridos de mi padre, todo el caudal de mi tío, para un hombre de su modo de vivir, era muy considerable; pero para un Ruiz de Bejos de mis usos y costumbres, ya era cosa muy diferente: mejor dicho, aquel caudal, disfrutado en Tablanca como le disfrutaba mi tío, era una verdadera riqueza; viviendo como yo vivía en Madrid, sin ser manirroto ni mucho menos, me le hubiera comido en pocos años.
Eran estas buhardillas habitación de gente pobre que vivía en contacto frecuente con los ricos: así estaban cercanos la necesidad y el remedio, hermoso maridaje que aplaca la envidia de los que no tienen y amansa el egoísmo de los que poseen.
Casi llegaba al punto de despreciarse y escarnecerse por haber erigido en ideal de perfección a una mujer que vivía fuera de la ley.
El famoso Manos Duras vivía al borde de la altiplanicie, del lado de la Pampa, viendo enfrente el límite de la Patagonia, y á sus pies la amplia y tortuosa cortadura del río y un extremo de la estancia de Rojas. Su casa, hecha de adobes, tenía alrededor otras construcciones aún más míseras y unos corrales de viejos maderos hincados en el suelo, que sólo de tarde en tarde guardaban algún animal.
Un entremés de Cervantes se representaría con trajes del tiempo de Cervantes, y un sainete de D. Ramón de la Cruz con los trajes que los majos y las manolas gastaban cuando vivía y los retrataba tan á lo vivo aquel escritor ingenioso. Otro uso antiguo, desde hace años casi perdido, resucitaría yo en nuestro teatro: el indispensable intermedio de baile nacional entre el drama y el sainete.
Palabra del Dia
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