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Actualizado: 15 de junio de 2025
Agregue usted a esto las ideas tan bajas que tienen de sí mismos, el poco conocimiento de la vida acomodada de los que poseen bienes, y de las distinciones y honras que éstos logran entre los demás hombres, y el no tener ambición de dejar a sus hijos herencia después de su muerte, porque de esto ni idea ni noticia tienen; y concluirá usted que de necesidad forzosa los indios han de vivir en una continua ociosidad entretanto vivan en comunidad.
Al preocuparse con la suerte de esos pobres huérfanos, al buscar con afán los medios de que vivan, obedece usted inconscientemente las órdenes de esa fuerza malvada. Cuando no le basta el atractivo del placer para la conservación de la vida, apela al sentimiento de compasión que ha puesto dentro de nosotros.
Y al oir el grito de ¡vivan los novios! que repetía sin cesar el cortejo nupcial, sus cándidas mejillas se coloreaban, sus labios de coral se dilataban con sonrisa dulce murmurando: «¡Una boda!» y tornaba al lecho y se dormía soñando escenas de felicidad que el cielo bendice.
Habrá familias que vivan á la francesa, ó fuera de la ley de Dios, y con las cuales no recen, por consiguiente, estas bases. ¡Prescindamos de semejantes excepciones! La norma es la que digo. Y aun hay más. En cambio, la mujer, dentro de la casa, á puerta cerrada, trabaja cuanto humanamente puede, á veces más de lo que nadie imaginaría, atendida la posición social de la señora.
Es decir, que me cruce de brazos y vuelvan a vivir lo mismo que antes, como judíos. No entremos en apreciaciones: ¿a qué reñir? Tú puedes hacer lo que te acomode: déjalas a ellas que vivan como han vivido siempre; yo me encargo de encarrilarlas otra vez y de que esta casa sea lo que fue. Desbaratando lo poco que llevo hecho.
En primer lugar, apenas hay comedia en la que un galán visite la dama de otro, á no ser que se deslice por la puerta trasera del jardín, y, por consiguiente, cuantas vivan en casas sin jardín ni puertas traseras, no podrán imitarlo aunque lo deseen.
Dos brazos se arrollaron a su cuello, al mismo tiempo que asaltaba su olfato un fuerte hedor de vino. ¡Cachondo!... ¡Gracioso! ¡Vivan los mozos valientes! Era un señor de buen aspecto, un burgués que había almorzado con sus amigos y huía de la risueña vigilancia de éstos, que le observaban a pocos pasos de distancia.
No hace un mes que una madre argentina, alojada en una fonda de Chile, decía a uno de sus hijos que despertaba repitiendo en voz alta: «¡Vivan los federales! ¡Mueran los salvajes, asquerosos unitarios!»: «Cállate, hijo, no digas eso aquí, que no se usa; ya no digas más, ¡no sea que te oigan!»
Yo empecé a estudiar los ojos y en poco tiempo dominé la catarata; pero yo quería más.... Gané algún dinero; pero mi hermano consumía bastante.... Al fin Carlos salió de la escuela... ¡Vivan los hombres valientes!... Después de dejarle colocado en Riotinto, con un buen sueldo, me marché a América.
A nosotros mismos, a pesar de seguir nuestra jornada, marchando sobre espinas y entre sombras la vida nos es grata. Nada tememos más sino la muerte... ¿Y si tuvieran esas flores alma? ¡Quién sabe si sintieran asimismo temor de verse lacias! No; déjalas vivir. Que vivan siempre en su palacio de hojas y de ramas; que las encuentre allí la mariposa, su eterna enamorada;
Palabra del Dia
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