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Actualizado: 11 de julio de 2025
-Vístanme -dijo Sancho- como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza. -Así es verdad -dijo el duque-, pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote.
La postura patentizaba lo brioso de su talle, los largos y tornátiles brazos, las caderas, los omoplatos que, a cada pulsación de la blanca mano, se dibujaban vigorosamente bajo el ajustado corpiño. ¿No es cierto dijo por lo bajo Pilar a Luisa Natal que si Lucía Miranda se vistiese como ella, se parecerían algo, así en las formas? ¡Bah! murmuró Luisa Natal , la Mirandita no tiene pizca de chic.
Pero doña Inés fue más allá de Cornelia: no se contentó con lucir a sus hijos, sino que se propuso competir con ellos y aun superarlos en indumentaria, y decidió que Juanita también la vistiese. Juanita se prestó a todo con el mejor talante y prodigioso acierto e hizo a doña Inés corsés y varios trajes.
Era un hombre de cuarenta años, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Tenía al andar cierto aire marcial, como si aún vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, á pesar de que vivía en el desierto.
Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, sería una señora «presentable»... ¿Pero podía amarla?... Febrer sonrió escépticamente. ¿Acaso resultaba necesario el amor para casarse?
El corazón le palpitaba de alegría cuando el inspector le avisaba para que se vistiese el uniforme y se preparase a salir.
Y ella, que era asaz descuidada en renovar sus vestidos, gustaba extremadamente de que su cuñado vistiese a la última moda; no consentía por ningún concepto, que anduviese un día siquiera con una bota picada o con la corbata sucia. Gozaba en verle salir con algún nuevo traje elegante.
Juanita supo después, con lentitud y por sus pasos contados, darse tal maña, que doña Inés, que ya le había confiado su cuerpo para que lo vistiese, empezó a confiarle también y a descubrirle su espíritu, aunque sólo hasta cierto punto, porque el espíritu de doña Inés, según pensaba Juanita, acaso con malicia sobrada, tenía más conchas que un galápago y jamás se desnudaba y se descubría por completo.
Hizo que se vistiese a toda prisa, y dando orden a los criados para que tuviesen encendidas todas las luces de la casa a fin de engañar a los de afuera, salió con ella por la puerta de la cochera, que daba a un callejón solitario. Los acompañaba únicamente Manuel Antonio. Dirigiéronse por las calles más extraviadas a casa del Jubilado.
Pero pronto cayó en la cuenta de que era un disparate. Sobre que se le mojaría, porque el día estaba lluvioso, no era propio aquel regio atavío del lugar, personas y ocasión de la visita. Tiempo tenía de darse pisto con el abrigo, la capota y otras prendas. Encargó a Fortunata que se vistiese con sencillez, y ella se puso algo más apañadita, de modo que resultase siempre la conveniente distancia.
Palabra del Dia
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