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Actualizado: 26 de noviembre de 2025


Al acercarme al palenque, ya pude contar cuántos me habían precedido en la llegada y hasta saber quiénes eran: allí estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

Y fue tal su emoción, tan violento su impulso por retirarse de él, que la faltó poco para caer. Tercera parte Dos días después, cuando Jaime, de vuelta de la pesca, esperaba la comida en su torre, vio presentarse a Pep, que depositó el cestillo sobre la mesa con cierta solemnidad. El rústico intentó excusarse por esta visita extraordinaria.

Cuando le era forzoso ir a alguna visita, la casa en que debía entrar imponíale miedo, aun vista por fuera, y estaba dando vueltas por la calle antes de decidirse a penetrar en ella. Temía encontrar a alguien que le mirara con malicia, y pensaba lo que había de decir, aconteciendo las más de las veces que no decía nada.

Cogió la batelera los remos, atravesó la bahía, amarró el bote y desapareció allá entre los árboles. Mientras tornaba con la respuesta, nuestro joven se fue a hacer una visita al capitán del vapor y al piloto de las peteneras.

Cogiditos del brazo recorrieron el trayecto más tortuoso que largo que les separaba de su domicilio, hablando de alcoholismo y de beneficencia domiciliaria, y poniendo muy en duda que doña Lupe resistiese toda la noche sin dormirse, pues era persona que en dando las diez ya estaba haciendo cortesías aunque se encontrase en visita.

No le cabía duda que aquel majadero insistía en pretender a su mujer, que la visita a solas había sido calculada, y aun llegaban sus sospechas a imaginar que había estado espiando su salida para entrar, sabiéndole ausente. Por esto, por la profunda antipatía que desde luego le inspiraba y sobre todo por la afrenta que de él acababa de recibir, su sangre hervía de odio y ansias de vengarse.

Su lacayo vino a arrancarle de su amargo dolor prometiéndole la visita de M. Bernier, cirujano del Hospital, miembro de la Sociedad de Cirugía y de la Academia de Medicina, profesor de clínica, etc., etc.

Hoy he subido a los altos del castillo con el objeto de hacer una visita a una anciana soltera de ochenta años, que vive gracias a una corta pensión que le han dejado y a haberle cedido, sin pagar retribución alguna, una pequeña habitación bajo el tejado del edificio. Vive en compañía únicamente de una gallina dócil como un perro. Esta viejecita se llama la señorita Felicidad.

Pero ganandole la accion, quedó inmovil al ver una visita que no esperaba, faltándole el movimiento, aun para dar impulso al gatillo, regulares efectos que ocasiona en los traidores la magnitud de su delito; á presencia del Juez, de quien aguardan el castigo.

El marquesito, que ya había contado a su primo el de Henares la aventura y esperaba la visita, eligió por padrinos por indicación de éste a González de la Riva, un hombre político muy conocido que se hallaba a la sazón en el teatro, y a un joven teniente de artillería.

Palabra del Dia

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