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Actualizado: 24 de octubre de 2025
2 Y envió el rey Nabucodonosor a juntar los grandes, los asistentes y capitanes, jueces, tesoreros, los del concejo, presidentes, y a todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
Dejé dicho al mercader que si viniesen allí mis pajes y un lacayo, que los encaminase al Prado. Di señas de la librea y metíme entre los dos y caminamos. Yo iba considerando que a nadie que nos veía era posible el determinar cúyos eran los lacayos, ni cuál era el que no le llevaba.
Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y, cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento. -Eso no -respondió Sancho-: el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno!
Me acomodé en el más próximo, pero me obligó a correrme hasta el último, sin duda para que los que viniesen después no encontrasen dificultad al pasar. Después se fue dándome los buenos días, acercose a un cordel que pendía del techo, y comenzó a tirar de él con fuerza. Una campana sonó con tañido dulce y prolongado.
A mi ver, cuanta alabanza se quiera dar á la cultura muslímica española, es alabanza que se da á los españoles mahometanos, y no á moros ni á árabes que viniesen de fuera trayéndonos ciencias, artes ó industrias que aquí no existiesen ó que aquí no tuviesen origen.
Antoñona imaginó que el coloquio y la explicación, que ella deseaba que tuviesen su niña y don Luis, requerían sosiego y que no viniesen a interrumpirlos, y así determinó que aquella noche, por ser la velada de San Juan, las chicas que servían a Pepita vacasen en todos sus quehaceres y oficios, y se fuesen a solazar a la casa de campo, armando con los rústicos trabajadores un jaleo probe de fandango, lindas coplas, repiqueteo de castañuelas, brincos y mudanzas.
Los viejos pidieron licencia para irse; diósela luego Monipodio, encargándoles viniesen a dar noticia con toda puntualidad de todo aquello que viesen ser útil y conveniente a la comunidad. Respondieron que ellos se lo tenían bien en cuidado, y fuéronse.
Recorrieron después algunos gabinetes destinados a los forasteros que viniesen de huéspedes a la casa; pasaron a los cuartos de las muchachas; bajaron a la cocina, que estaba en un entresuelo, y tornaron a subir sin obtener resultado.
Se alejó el viejo cautelosamente, como hombre acostumbrado a rondar la huerta, esperando un enemigo en cada senda. Sènto creyó que quedaba solo en el mundo, que en toda la inmensa vega, estremecida por la brisa, no había más seres vivientes que él y aquellos que iban a llegar. ¡Ojalá no viniesen! Sonaba el cañón de la escopeta al temblar sobre la horquilla de cañas.
Nadie bajó a recogerlo; ningún balcón se abrió siquiera para dejar caer sobre él una moneda de cobre. Los transeúntes, como si viniesen perseguidos de cerca por la pulmonía, no osaban detenerse. Al fin ya no pudo cantar más: la voz espiraba en la garganta; las piernas se le doblaban; iba perdiendo la sensibilidad en las manos.
Palabra del Dia
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