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Actualizado: 15 de junio de 2025
Aquella noche, mientras Mariskoff, en el fondo de las salas, jugaba con tres oficiales de la embajada su «whist» sacramental, y Camilloff, reclinado en el sofá, con los brazos cruzados, solemne como en una poltrona del Congreso de Viena, dormía con la boca abierta, ella se sentó al piano.
Si estaba en Viena, cuando el rey Carlos de los españoles era emperador de Alemania, se ponía un hábito nuevo, y se iba a Viena. Si era su enemigo Fonseca el que mandaba en la junta de abogados y clérigos que tenía el rey para las cosas de América, a su enemigo se iba a ver, y a ponerle pleito al Consejo de Indias.
A veces columbraba Pedro Lobo, en visión profética, a toda Europa tan arruinada ya y tan desierta como contemplamos hoy el centro de Asia. Se figuraba a París, Londres y Viena, como contemplamos hoy los amontonados escombros de Nínive y de Babilonia. Lo que es de Madrid afirmaba que apenas quedaría rastro: sólo quedarían tal vez algunos cimientos del Palacio Real.
Así, una de las tres grandes potencias del Norte es en las orillas del Rin el centinela y defensor de la Alemania respecto del poderoso imperio frances, gracias al célebre congreso de Viena, en cuyo seno se repartieron á su sabor la Europa los soberanos vencedores coligados contra Napoleon.
En este retrato, el joven señor estaba vestido enteramente al uso de Europa, de toda etiqueta, con corbata blanca y con un frac, tan admirablemente cortado y que le caía tan bien, que no soñaría hacerle mejor, ni Frank, el de Viena, ni el sastre más famoso de Londres. Por bajo de este retrato había otro letrero que decía: en traje de etiqueta para ir a un baile del Lord Gobernador de la India.
Nos mirábamos con Mounsey y no podíamos menos que reírnos. ¿Dónde vivía usted en Europa antes de embarcarse? me preguntaba. En el Grand Hôtel, en París. ¿Dónde cenó por última vez? Chez Bignon, avenue de l'Opéra. A ver el menú. Le narraba una de esas pequeñas cenas deliciosas en que todo es delicado, y luego, en venganza, le hacía contar una soirée en casa de algún embajador en Viena.
Recuerdo que en momento de llegar a Consuelo, en las circunstancias que dentro de poco diré, hablábamos de Viena y ella me contaba alguna de las anécdotas características de la princesa de Metternich... Luego seguía la marcha el ministro inglés, plácido, tranquilo, culto y resignado, llevando a little Georgy en los brazos.
Pero esta afición no la conocía nadie más que los libreros y fotógrafos, que tenían buen cuidado de pasarle recado así que llegaba de París, Londres o Viena alguna remesa. En un rincón estaban sentadas Pascuala, una viuda sin recursos que servía a Clementina mitad de amiga, mitad de dama de compañía, y Pepa Frías que acababa de llegar.
La coleccion de manuscritos es riquísima é importante: los hay de muchos escritores latinos, españoles, franceses é italianos: los manuscritos del Taso que la biblioteca de Viena posee son preciosos y de gran valía: el número de manuscritos que enriquece la biblioteca se eleva á 16,000.
Venía en seguida la señora del ministro, joven, elegante, y respirando aún la atmósfera aristocrática de los salones de Viena, última de las residencias diplomáticas de su marido. Pocas mujeres he visto en mi vida más valerosas y serenas; jamás una queja, y en aquellos momentos que hacen perder la calma al hombre de temperamento más tranquilo, una leve sonrisa siempre o una palabra de aliento.
Palabra del Dia
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