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Actualizado: 9 de junio de 2025


Tres metros y medio dijo el Marqués que llegó a tiempo de dar la medida exacta del batacazo posible, a ojo, como él hacía siempre los cálculos geométricos. El caso es que ni don Víctor, ni Paco, ni Orgaz podían por su propia industria arbitrar modo de subir a la altura de aquel madero y librar a Obdulia.

Don Víctor levantó entonces los ojos y pudo apreciar que eran, en efecto, encantos los que no velaba bien aquella chica. Se cerró la puerta del cuarto de Petra y don Víctor emprendió de nuevo su majestuosa marcha por los pasillos. Pero antes de entrar en su cuarto se dijo: «Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente».

Lo cierto era que don Víctor, al cabo, había cedido hasta cierto punto a las insinuaciones de Petra.

Le recibieron Ana y don Víctor en el comedor. Ya era amigo de confianza. Durante las dos enfermedades de la Regenta, el Magistral había prestado muchos servicios a don Víctor, y este aunque le era algo antipático el Magistral, se los había agradecido.

Ah, ; estoy absolutamente seguro. Y siguió Quintanar hablando, hablando, sin trazas de dejarlo. La alcoba en que dormían Ana y don Víctor tenía una ventana a la galería precisamente del lado en que estaban conversando los dos amigos. La Regenta abrió de repente las vidrieras y llamó a su marido. Pero, Víctor, ¿no te acuestas hoy? Los dos amigos se volvieron.

La casa se le caía encima. «Empezaba el calor porque don Víctor, en cuestión de temperatura, se regía por el calendario y ya se sabía que él no podía trabajar en su despacho en cuanto el sudor le molestaba; necesitaba el aire libre; mucho paseo, mucha naturaleza».

La tempestad ya estaba lejos... los árboles continuaban chorreando el agua de las nubes, pero el cielo empezaba a llenarse de azul. Por decir algo, don Víctor dijo: Verá usted como esto repite a la noche.... Por allá abajo viene otro mal semblante... mire usted por entre aquellas ramas.... Vamos a bajar antes que vuelva el agua advirtió De Pas, que hubiera querido estar cinco estados bajo tierra.

Si don Víctor hablaba a su lado, sin querer Ana seguía entonces el pensamiento de su esposo, y contra su deseo, la atención se fijaba en los juicios de Quintanar, y la inteligencia les aplicaba rigorosa crítica, un análisis sutil y doloroso para la enferma, que al pulverizar a pesar suyo las sinrazones del marido, padecía tormento indescriptible, en el cerebro según ella.

Sus ojos parecían más grandes que nunca, y miraban con una fijeza que daba escalofríos. A lo menos los sintió don Víctor, que dio un paso atrás, y tuvo terror, como en presencia de un fantasma. Antes que en la traición de aquella mujer pensó en el gran peligro que corría la vida de Ana, si una emoción fuerte la espantaba.

Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.

Palabra del Dia

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