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Actualizado: 27 de julio de 2025
Las iglesias mas notables que yo he visitado en Paris, son la Catedral, San Sulpicio, la Magdalena, San Germain l'Auxerrois, la Santa Capilla, San Vicente de Paul, San Esteban del Monte, y Santa Clotilde.
El canónigo despidiose de Ramiro, y, al ir a penetrar en la iglesia, un lacayo le detuvo para decirle que el señor de San Vicente le mandaba llamar. La casa estaba a pocos pasos, en el barrio de San Gil.
Me gasto en ellos todo mi dinero; me conocen los libreros de lance de todo Madrid, y apenas cae en sus puestos una obra antigua de teología moral, de cánones y de vidas de santos, bien encuadernada en pergamino, la apartan, diciendo: «Para el hermano Vicente.» ¡Lo que me cuestan los libros!
Por lo que toca á la opinión de que Cervantes se propuso escribir comedias á la manera de las de Lope de Vega, no sátiras contra ellas, conviene declarar que así lo creyeron, antes que Schlegel, Signorelli, D. Vicente de los Ríos y Pellicer; y cualquiera otro, excepto Blas Nasarre y sus sectarios, pensarán de la misma manera, porque es lo más sencillo y lo que desde luego ocurre naturalmente, y porque, de nombrar yo á Schlegel, hubiera debido hacerlo también, además de los citados antes, con Bouterwek, Moratín, Navarrete, Arrieta, Martínez de la Rosa y otros muchos.
Miércoles á 5 de Enero de este presente año de 1746, á las diez del dia descubrieron la tierra del Cabo Blanco, al sur-sud-este, y la costa de la banda del norte, que forma una grande playa á modo de ensenada, en donde pueden dar fondo los navios al abrigo de la tierra, que es alta y rasa, como la del Cabo de San Vicente, y tiene la punta un farillon ó mogote, que se parece al casco de un navio.
Al salir de San Vicente dió principio el verdadero viaje: nos engolfamos en pleno Océano, solos, en medio del poderoso Atlántico, sin mas testigos que Dios, sin otro horizonte que un círculo siempre el mismo, cerrado por todas partes por la inmensidad.
No pensaba, no quería pensar nunca más en la hija de Don Alonso a quien él creía haber dado muerte la noche antes. Pero la conciencia le venía repitiendo que si se llegaba a descubrir el cuerpo de Gonzalo San Vicente la justicia caería, de fijo, sobre Pedro, creyéndole el matador de su hermano y de Beatriz. Un inocente sería condenado en su lugar.
Aunque los orígenes del drama religioso en Portugal no han sido objeto hasta ahora de investigación diligente, aparece, sin embargo, verosímil, que los autos de Gil Vicente se ajustan á otras piezas dramáticas portuguesas de esta misma clase, y que no son, como se ha sostenido, imitaciones de los misterios franceses.
Un hedor de asfalto recalentado y boñiga en fermentación surgía del suelo de las grandes vías. Cerca de la casa del señor Vicente, en las estrechas calles de los barrios bajos, el mal olor del verano martirizaba el olfato. La plaza de la Cebada humeaba como un estercolero en putrefacción.
Y, efectivamente; allí estaba aún la estatua del santo como centinela eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso San Vicente.
Palabra del Dia
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