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Actualizado: 8 de julio de 2025
Si ella contara lo que sentía a cualquier vetustense, la llamaría romántica; a su marido no había que mentarle semejantes penas; en seguida se alborotaba y hablaba de régimen, y de programa y de cambiar de vida. Todo menos apiadarse de los nervios o lo que fuera.
La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia vetustense de los Ozores. En cuanto a la advenediza tuvo que perdonar y contentarse con ser: la otra Regenta. Además, el conflicto duraría poco; ya empezaba a usarse el nombre de «Presidente» y pronto habría nombre distinto para cada cual. Entretanto la Regenta era la de Ozores.
Preciso es declarar que el clero vetustense, aunque famoso por su intransigencia en cuestiones dogmáticas, morales y hasta disciplinarias, y si se quiere políticas, no había puesto nunca malos ojos a la proximidad del progreso urbano, y antes se felicitaba de que Vetusta se transformase de día en día, de modo que a la vuelta de veinte años no hubiera quien la conociese.
Sí, era fácil, bien lo sabía ella, pero si le quitaban la tentación no tendría mérito, sería prosa pura, una cosa vetustense, lo que ella más aborrecía...». Don Álvaro, que si no era tan buen político como se figuraba, de diplomacia del galanteo entendía un poco, comprendió pronto que, sin saber cómo, había acertado.
Ana en el fondo del alma, se alegró de lo muy vetustense que era aquel aragonés. Esta alegría se la ocultó a sí propia. Creyó haber cumplido con su deber en este punto. Pero ¿a dónde irían a pasar aquellos meses de campo que Benítez exigía como condición indispensable para la salud de Ana? Un día se hablaba de esto en casa de Vegallana.
En cuanto comprendió de qué se trataba, antes de oír las frases crudas con que pintó la rubia lúbrica el asalto del caserón de los Ozores por el Tenorio vetustense, don Fermín giró sobre los talones, como si fuera a caer desplomado, dio dos pasos inciertos y llegó al balcón contra cuyos cristales apoyó la frente. Parecía mirar a la calle. Pero tenía los ojos cerrados.
Heredar. ¿Y él? ¿Qué había hecho él? Conquistar. Cuando era su ambición de joven la que chisporroteaba en su alma, don Fermín encontraba estrecho el recinto de Vetusta; él que había predicado en Roma, que había olfateado y gustado el incienso de la alabanza en muy altas regiones por breve tiempo, se creía postergado en la catedral vetustense.
Se escribieron dos cartas secas y no hubo más relaciones. Si viviera mi padre pensaba Ozores de fijo perdonaba este matrimonio desigual. ¡Si viviera padre, moriría del disgusto! decían las solteronas implacables. Toda la nobleza vetustense aprobaba la conducta de aquellas señoritas, que vieron un castigo de Dios en el desgraciado puerperio de la modista italiana, su cuñada indigna.
Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces tenía soberana envidia al Presidente del Casino. Ningún vetustense le parecía superior al hijo de su madre ni por el valor, ni por la elegancia ni por la fortuna con las damas, ni por el prestigio político, si se exceptuaba a don Álvaro.
Aquel garrote, la sencilla americana y el hongo flexible de anchas alas eran la garantía de su popularidad en las aldeas. Tenía todo el orgullo y todas las preocupaciones de sus compañeros en nobleza vetustense, pero afectaba una llaneza que era el encanto de las almas sencillas. Tenía otra manía, corolario de sus paseos, la manía de las pesas y medidas.
Palabra del Dia
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