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Actualizado: 10 de junio de 2025
Aunque sea un atrevimiento por mi parte, te ruego que me permitas seguir tuteándote cuando estemos solos... Yo no olvido, no podré olvidar jamás cuántas horas de dicha te debo, cuánta felicidad has vertido en mi vida triste y monótona. Tú me has revelado lo más dulce y más íntimo que existía en mi corazón sin que yo lo sospechase siquiera. Para tí han sido los primeros impulsos de mi alma.
Y canta y llora; sí, madre querida, lloro entregado á sin igual tristeza, que el cuerpo y el espíritu, abatidos, no pueden desechar; que con la vida no ha de acabar aunque con ella empieza; pues una voz callada y misteriosa resuena en mis oidos, y me dice que el alma no reposa. ¡Lloro, insensato, y creo que este llanto terrible y encendido, mísero y solo bien que ya poseo, puede pagar el que por mí has vertido!
Hecho lo cual, se sentó en el rincón, y bajando el vidrio, respiró con ansia el vivificante fresco matinal. Lucía, secando sus ojos del segundo llanto vertido en el curso de tan pocas horas, sentía extraordinaria inquietud de una parte, de otra inexplicable contentamiento. La acción del viajero le causaba el gozo íntimo que suelen los rasgos generosos en las almas no gastadas aún. Moríase por darle las gracias, y no osaba hacerlo.
Eran las primeras que derramaba después de casada, pues las que había vertido cuando sus hijos tenían alguna enfermedad grave eran lágrimas de otra clase. Y lo peor de todo era que estaba perdida... Si a las tres de la tarde no entraba en casa del inquisidor, dinero en mano... El tal la esperaría hasta las tres, hasta las tres, ni un minuto más.
Por lo poco agraciado del rostro, lo endeble del cuerpo que se adivina bajo la fuerte cotilla y la extravagante forma del peinado y el traje, debiera este retrato ser enojoso a la vista: en la mujercita así perjeñada y sobrecargada de perifollos hay algo de fenomenal y monstruoso; pero Velázquez ha vertido allí a manos llenas tales encantos de color, una variedad tan rica de rojos, que comprende desde el carmín más intenso al rosa más amortiguado, ha hecho tan vaporosos los tules y brillantes los metales, es tan aéreo lo que puede flotar, tan sólido lo que debe pesar, que la ridícula desproporción entre lo menudo del busto y lo abultado de la falda, todo aquello en que la forma sale maltrecha por la imperfección del modelo y la extravagancia de las ropas, desaparece ante la esplendidez de matices que deleita la vista y lo primoroso, suelto y fácil de aquella ejecución incomprensible y misteriosa que a pocos pasos da a lo pintado la completa apariencia de lo real.
La veis ahí tranquila, casi sonriente; pero ¿sabéis cuántas lágrimas amargas han vertido esos ojos en el silencio de la noche, cuántas flechas agudas de remordimientos de conciencia se han clavado en ese corazón de mártir? ¿Acaso no querría ella ir a la iglesia, como las mujeres honradas, y confesarse con el sacerdote, vestida con un traje blanco, símbolo de pureza, y no como mujer menospreciada y desdeñada?
Canta un ave, y ama aquel ave. ¿Cómo no se ha de enamorar de su país, cuando se enamora de las flores que ve crecer, de las aves que oye cantar? ¿Cuántas mujeres no han vertido lágrimas amargas bajo la impresion del arrullo tardío y doloroso de una tórtola? En esta estructura sentimental é imaginativa de la mujer; en este carácter radical y profundo, entra indudablemente la naturaleza.
Lo malo es que el libro con que el poeta ha sanado y donde ha vertido el veneno que le atosigaba puede emponzoñar a los que sin precaución le tomen y lean y producir una abominable epidemia de suicidios. No estriba o no quiero yo que estribe en esto la virtud purificante de la poesía. Su legítima y santa virtud purificante lo mismo ha de valer y vale para el poeta que para sus lectores.
Los ojos de aquella joven le pusieron en contacto con todos los objetos bellos que había visto en su vida, con todos los pensamientos honrados que habían cruzado por su mente, con todas las lágrimas dulces que había vertido.
Ocupado en trabajar por mis ideas políticas, no prestaba atención á la suerte editorial de mi obra, cuando algunos meses después recibí una carta del señor Hérelle, profesor del Liceo de Bayona. Ignoraba yo entonces que este señor Hérelle era célebre en su patria como traductor, luego de haber vertido al francés las obras de D'Annunzio y otros autores italianos.
Palabra del Dia
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