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Actualizado: 15 de julio de 2025


Los árboles, las montañas, los arroyos, el valle cubierto de su verde tapiz brillan indecisos bajo la tenue claridad del crepúsculo. El conde pone de nuevo su caballo al galope y desciende velozmente por el flanco de la colina que oculta a Lancia. El viento oprime sus sienes, zumba en sus oídos produciéndole una dulce embriaguez que disipa las negras nubes de su imaginación.

Entonces los que quedan, si es que queda alguno, se lanzan ágilmente al abordaje como gatos salvajes, el puñal entre los dientes y la pistola en la mano; viene una lucha cuerpo a cuerpo, se mata, se muere... pero siempre se recoge gloria y... esto es todo. ¡Por los dolores de Nuestra Señora, que no esté yo en su lugar! ¡oh! , ¡que no esté yo en su lugar, hijo mío! repitió lanzando un ardiente suspiro, pero desapareciendo velozmente en el sollado.

Comunícase velozmente el mandato; pero ¿qué acontecimiento inesperado ha turbado de súbito al glorioso Amir?

Es tal vez una felicidad que nuestras esperanzas no sean matemáticamente exactas y que en nuestro destino tenga tanta influencia la suerte. Además, la vida es breve, el porvenir incierto; si la fortuna ha de venir á nosotros, conviene abrirle el camino para que llegue velozmente; ¿y qué mejor camino que el juego?... Cuando ponemos nuestras esperanzas muy lejos en el tiempo, valen muy poco.

En el silencio de la selva no se oyó un sólo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también.

Luego aquella curiosidad maldita, aquel afán inmoderado de saber la vida de uno con todos sus pormenores, lo que había hecho y lo que pensaba hacer, era para desesperarse. La hermana San Sulpicio cruzaba al mismo tiempo por el corredor, y cruzaba tan velozmente que el vestido se le enganchó en un clavo de la pared y se rasgó con un siete formidable.

Podeley jamás había dejado de cumplir nada, única altanería que se permite ante su patrón un mensú de talla. ¡No me importa que hayas dejado o no de cumplir! replicó el mayordomo. ¡Pagá tu cuenta primero, y después veremos! Esta injusticia para con él creó lógica y velozmente el deseo de desquite.

El embozado lo atravesó velozmente, y sin tirar del cordón de la campana pegó el oído a la puerta, y así estuvo inmóvil algunos instantes en escucha. Cerciorado de que nadie bajaba, tornó a la puerta de la calle y enfiló otra mirada por ella. Al fin resolviose a abrir el embozo y sacó de debajo de la capa un bulto que depositó en el suelo con mano temblorosa, cerca de la puerta. Era un canastillo.

En la escasa claridad del cielo comenzaron a resaltar los bultos de grandes nubarrones negros que rodaban velozmente por la atmósfera cual si viniesen perseguidos de cerca por algún monstruo de la noche. Detrás de estas nubes no se percibía el azul oscuro del firmamento, sino un espeso manto gris que parecía impenetrable.

Y diciéndoles adiós con la mano y haciéndoles al mismo tiempo seña de que no le siguiesen, se metió en la estación uniéndose a la multitud que en aquella hora la llenaba. ¡Nada! ¡nada! ¡nada! murmuraba reclinado en el fondo de un coche mientras la locomotora le arrastraba velozmente al través de los campos adustos, melancólicos que cercan a Madrid.

Palabra del Dia

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