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Actualizado: 27 de septiembre de 2025
Cuando venía algún coche o carro, era menester que los transeúntes nos metiésemos en un portal para no ser atropellados, porque la calle, a duras penas, dejaba paso al vehículo. Todos los balcones y ventanas estaban adornados con tiestos que rebosaban de flores: los claveles de una ventana besaban muchas veces las rosas de la de enfrente.
El cuidaba del burro, el guiaba el carro cuando al amanecer emprendían la marcha a Madrid, el subía a los pisos altos mientras su ama cuidaba en la calle del vehículo. Al volver a casa, cerca de mediodía, su primera ocupación consistía en el arreglo de los comestibles.
Todos huían á ambos lados de él, pero era para juntarse luego que había pasado, profiriendo gritos de alarma y amenazas. A la cabeza de esta muchedumbre rodaba el automóvil-tigre de Flimnap. El profesor, puesto de pie sobre el vehículo, iba arengando al gentío. ¡No le hagan daño! decía . Se ha vuelto loco; no puede ser otra cosa; pero tratándolo con dulzura acabará por someterse.
Rodaba por otro lado el vehículo público, tartana calesa ó galera, el carromato tirado por una reata de bestias escuálidas; y entre todo esto el esportillero con su carga, el mozo con sus cuerdas, el aguador con su cuba, el prendero con su saco y una pila de seis ó siete sombreros en la cabeza, el ciego con su guitarra y el chispero con su sartén.
Su vehículo, al llegar á la mitad de la colina, donde estaban acampadas las tropas, fué detenido por un delegado gubernamental, que se negó á dejarle pasar. En vano dió su nombre. Le conozco, doctor dijo el funcionario ; pero el gigante está preso y nadie puede verlo sin una orden del gobierno. Soy el presidente del Comité encargado del Hombre-Montaña.
Su padre había querido llevarlo á Burdeos, pero el desorden administrativo de última hora la mantuvo en la capital. Algo más había hecho. El día del gran esfuerzo, cuando el gobernador de la plaza lanzó en automóviles á todos los hombres válidos, había tomado un fusil, sin que nadie le llamase, ocupando un vehículo con otros de su oficina.
Y no hay novela ni drama de algún valer, por lo mismo que es más numeroso y apasionado el público que los oye ó los lee, que no sea vehículo mil veces más eficaz que cualquiera otro libro para propagar doctrinas y para divulgar y difundir novedades, que ya extravían á la gente, ya vuelven á traerla al buen camino.
Muros calcinados se habían desplomado sobre la calle, vigas medio carbonizadas obstruían el paso, obligando al vehículo á virar entre los escombros humeantes. Los solares ardían como braseros entre casas que aún se mantenían en pie, saqueadas, con las puertas rotas, pero libres del incendio.
Con los fusiles y los pies empujaron los cadáveres, todavía calientes, que dejaban á cada volteo un rastro de sangre. Apenas quedó abierto algo de espacio entre ellos y el muro, pasó adelante el vehículo... Un crujido, un salto. Las ruedas de atrás habían aplastado un obstáculo frágil. Desnoyers continuaba en su asiento, encogido, estupefacto, cerrando los ojos.
Marchó el vehículo al cementerio de Vincennes para que la enterrasen en el rincón de los ajusticiados... Ni una flor, ni una inscripción, ni una cruz.
Palabra del Dia
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