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Actualizado: 27 de septiembre de 2025


Los hombres me imploraban con los ojos, como pobres cautivos; las mujeres me enseñaban sus pequeñuelos; los ancianos se ponían de rodillas. Yo era el vencedor que, al arruinar el Casino, talaba su patria, condenándolos á la miseria... Esta plaza estaba negra de gente. Al bajar de mi vehículo vi la escalinata del Casino ocupada por un cortejo grandioso.

Dentro del vehículo, un personaje rico en carnes estaba de pie, teniendo ante su boca el embudo de un portavoz. Al fin alguien iba á hablarle. Por esto sin duda acababa de hacerse un profundo silencio de curiosidad y de respeto en la muchedumbre. Sonó la voz del abultado personaje, que era dulce y temblona como la de una dama sentimental, pero con el agrandamiento caricaturesco de la bocina.

Tendido en lo más alto de la enorme carga como niño en un gran lecho, mecido por el dulce movimiento del vehículo rodando sobre la hierba cortada, miraba desde más alto que de ordinario un horizonte que me parecía infinito.

Vió un automóvil de alquiler, un automóvil de París, con su taxímetro en el pescante. El chauffeur se paseaba tranquilamente junto al vehículo, como si estuviese en su punto de parada. No tardó en entablar conversación con este señor que se le aparecía roto y sucio como un vagabundo, con media cara lívida por la huella de un golpe.

No encontraron un vehículo que quisiera recibirlos: todos iban en dirección opuesta, hacia las estaciones. Ambos estaban de mal humor, pero Argensola no podía marchar en silencio. «¡Ah, las mujeresDesnoyers conocía sus honestas relaciones desde algunos meses antes con una midinette de la rue Taitbout.

El agua que penetra por todas las rendijas en el espesor de la montaña y la que sube en vapor desde los abismos profundos, sirven de principal vehículo á esos elementos que se atraen y se rechazan después, arrastrados por el gran torbellino de la vida geológica.

Ahora estamos en paz dijo riendo Alberto. Puede usted irse, cuando guste, a sus quehaceres. Auvray saludó, recogió su sombrero, saltó al simón, dijo algunas palabras al cochero, y el pesado vehículo partió por el camino de Boulogne. Alberto ofreció al procurador un cigarro y un asiento en su tílburi, e inútil es decir que el curial aceptó ambas cosas.

Doña Cristina dió al chauffeur la orden de llegar pronto á Bilbao y el vehículo salió á toda velocidad por entre los tranvías y carruajes que llevaban la gente á Las Arenas. La señora de Sánchez Morueta pensaba en la importancia de la reunión.

Miraban de lejos aquella ciudad a la que no habían podido descender, como miran los presos en conducción paisajes y estaciones por las aberturas de un vehículo celular. Lo único que conocían de esta tierra eran las frutas que unos vendedores negros les arrojaban desde el muelle.

Se lanzó fuera del edificio, en dirección á la ciudad, pero al dar los primeros pasos por la pendiente de la colina vió que se cruzaba en su camino una máquina rodante con cabeza de tigre, ocupada por militares. El Hombre-Montaña levantó su garrote con intención de aplastar al vehículo y los que iban en él. Bastaba para esto un simple golpe dado con la parte gruesa del tronco.

Palabra del Dia

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