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Supongo que no nos tendrá tanto tiempo olvidados como hasta ahora; que irá por casa más a menudo dijo ella teniendo aún su mano entre las del gallardo salvaje. ¿Usted quiere de verdad que vaya a menudo por su casa? dijo mirándola fijamente como un magnetizador. ¡Ya lo creo que quiero!

Después, el señorito cogió de una mano a María de la Luz, y sacándola al centro del corro, rompían a bailar las sevillanas, con una gallardía que provocaba gritos de entusiasmo. ¡La grasia e Dió! exclamaba el padre rasgueando la guitarra con nueva furia. ¡Vaya una parejita de palomos!... ¡Eso es bailá!

Son proposiciones que le hace un empresario amigo mío. Vaya usted tranquilo. A las diez salía el tren, y aunque la estación distaba poco de la fonda, a las nueve andaba ya don Juan paseando su impaciencia por el andén, tan contrariado y en tal estado de ánimo, que si en aquellos momentos hubiese aparecido ella, se la lleva consigo.

Aurora volvió en exhalando gemidos. «No es nada, tía dijo Samaniego . No se asuste usted... Una leve contusión, y el susto correspondiente... ¿Pero no se calla esa salvaje?... A la prevención, a la prevención...». Dejarla; que se vaya... murmuró Aurora con los ojos cerrados. A la cárcel gritaba ronca doña Casta.

No me ofendo; pero en vez de un memo se encuentra usted con un hombre franco que le dice: mi sobrina nada me importa. ¿Se ha casado? Vaya bendita de Dios. ¿No se ha casado y anda usted tras ella? Me es igual. Don Juan resolvió jugarse el todo por el todo, a lo menos en lo tocante a valerse de don Quintín, y apoyando los codos en el mantel, dijo: Es usted un lince y un hombre... leal.

El otro pícaro, viendo que no lo conocían, se paró a ver en qué concluía el asunto. ¡Marmolero... bueno! ¿Conoce a Fulano? ¡No, señor! Bueno... ¡Fulano es un raspa de la peor clase... es ese que está ahí... conózcalo! Aquí el pillo se sonríe y dice con sorna ¡Me ha cachado, señor!... es decir, «¡me ha embromado!...» ¡Vaya, hombre!... ¿Y éste quién es?

Y doy muchas gracias a Dios de no serlo contestó el general . ¿Quieres que pierda el juicio, como tantos lo pierden, con ese furor melomaníaco, con esa inundación de notas que por toda Europa se ha derramado como un alud, o una avalancha, como malamente dicen ahora? ¿Quieres que vaya a engrandecer con mi imbécil entusiasmo el portentoso orgullo de los reyes y reinas del gorgorito? ¿Quieres que vayan mis pesetas a sumirse en sus colosales ingresos, mientras se están muriendo de hambre tantos buenos oficiales cubiertos de cicatrices, mientras que tantas mujeres de sólido mérito y de virtudes cristianas, pasan la vida llorando, sin un pedazo de pan que llevar a la boca? ¡Esto que clama al cielo, y es un verdadero sarcasmo, como también dicen ahora, en una época en que no se les cae de la boca a esos hipocritones vocingleros la palabra humanidad! ¡Pues ya iría yo a echar ramos de flores a una prima donna, cuyas recomendables prendas se reducen al do, re, mi, fa, sol!

Yo se lo agradezco á usted; pero cuando se vaya dijo la huérfana. ¡Qué modo tan raro tiene usted de favorecerme, asustándome de esta manera y comprometiéndome! ¡Ah! Váyase usted, por Dios. Van á llegar y le van á ver aquí. ¡Jesús, qué hombre! No vendrán. La procesión es larga. ¿Pero si viene él? ¿Quién es él? El viejo. Ese primero muere que venir. ¿Pero si le ve á usted la vecindad?

Don Modesto, en que le pongan cañones a su fuerte, tan ruinoso como él. Fray Gabriel, en que le vuelvan su convento, su prior y sus campanas; tía María, en que usted no se vaya; mi padre en coger una corbina, y Momo, en hacer todo el mal que pueda. Stein se echó a reír, y poniendo cariñosamente su mano sobre el hombro de María: ¿Y le dijo en qué la haces consistir?

Cuando se me antoja una la logro, y cuando quiero la dejo, y luego, si me da la gana, vuelta a empezar. Una noche... una tarde... una hora, y después vaya bendita de Dios. Aunque esté casada con el mismísimo Padre Santo. ¡Se ha puesto tan guapa