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El chimpanzé y el gorila suelen constituir familia. La exhibición de este preciosísimo dato le dejó tan satisfecho que, en el exceso de su alegría, tosió dos o tres veces de un modo modesto, indicando que estaba dispuesto a rechazar toda enhorabuena. Acto continuo echó mano a la botella de agua, se escanció un vaso y lo apuró lentamente con majestuoso ademán, a fin de serenarse.

No: no somos ni podemos ser amigos exclamé con la exaltación de la embriaguez . ¡Lord Gray, le odio a usted! Otro traguito dijo el inglés con socarronería . Hoy está usted bravo. Antes de beber, habló de matar a un hombre. , ... Y ese hombre es usted. ¿Por qué he de morir, amigo? Porque quiero, lord Gray; ahora mismo. Elija usted sitio y armas. ¿Armas? Un vaso de Pero Jiménez.

Llenó, con mano trémula, el vaso de vino y lo apuró con ansia. Cuando los tertulios se despidieron y quedó solo con su querida, inició con voz alterada una explicación. Soledad, hija mía, me estás dando muchos disgustos.

No faltó tampoco quien, como el farmacéutico Teruel, permaneció algunas horas en pie al lado del tonel, firme, inconmovible como una estatua de bronce acercando por intervalos regulares el vaso á sus labios mientras se dibujaba en ellos una sonrisa de lástima. ¡Todo, todo lo tiene este hombre!

Este ruido sacó al otro comensal de su ensimismamiento: era el gitano. ¡Francia, Blasillo! palabra ¡es un digno país! ¡País de hospitalidad! dijo Blasillo apurando un segundo vaso de champaña. El gitano miró, inclinó la cabeza hacia atrás recostándola sobre los cojines del diván, y soltó una carcajada. Y de la libertad continuó Blasillo en el mismo tono.

Sentía lo que la pasión tiene de divino, sin que los vapores impuros de la materia mancillaran aquel placer purísimo; y cual si sus ojos penetrasen hasta el fondo del alma de la mujer, sin detenerse a mirar el vaso que encerraba el perfume, gozaba en la contemplación de un ideal inasequible.

28 Y será que, si no quisieren tomar el vaso de tu mano para beber, les dirás : Así dijo el SE

Cuando acabó de beber el vaso de agua que sabía a polvo, el Magistral aún no sabía lo que iba a decir. Pero los ojos de Quintanar seguían preguntando pasmados, y don Fermín habló...

El rebaño de la pobreza no podía gozar de este placer de los ricos; pero lo envidiaba, soñando con la embriaguez como la mayor de las felicidades. En sus momentos de cólera, de protesta, bastaba poner el vino al alcance de sus manos para que todos sonriesen viendo dorada y luminosa su miseria al través del vaso lleno de oro líquido. ¡El vino! exclamaba Salvatierra.

Como era de prever, la muerta no había logrado hacer desaparecer completamente las huellas de su suicidio: en el vaso encontrado en su mesa de noche, quedaban adheridas al vidrio, gotas de un líquido cuyo sabor indicaba claramente, aun a los profanos, que se trataba de una solución de morfina.