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Enardecido con el fuego de todas estas reflexiones que le pasaron en un instante por el magín, respondió con gran energía a lo dicho por la sevillana: No hay dibujo que valga, Nieves, mientras no quede orillado el punto del clavel que se le cayó a usted de la boca... Hablemos de eso un instante.

Bien sabe Dios que no tuve nunca intención de cobrártelo; pero ahora añadió implorante es preciso, hijo mío, que me devuelvas en Carmen todo el bien que te hice. Cuanto yo pueda y valga se lo ofrezco a usted dichoso. Pues oye. Se recogió un momento a meditar, y dijo luego: ¿Qué juicio has formado de mi hermana? ¿Juicio?... Ninguno; ¡la he tratado tan poco! Pero, ¿qué impresión te causa?

«Yo... bien lo sabe usted... balbució Sor Marcela , lo tenía para mi mal del estómago... coñac superior». Pero esa maldita ¿cómo...? Si esto parece... ¡Jesús me valga! Estoy horrorizada. ¿Pero cuándo...? Es muy sencillo... hágase usted cargo. Anteayer, ¡San Antonio bendito!, cuando estuvo en mi celda moviendo los trastos para coger el ratón.

-Por Dios, Sancho -dijo don Quijote-, que, por solas estas últimas razones que has dicho, juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas: buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga; encomiéndate a Dios, y procura no errar en la primera intención; quiero decir que siempre tengas intento y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren, porque siempre favorece el cielo los buenos deseos.

Ahora, si el lector lo consiente, que lo consentirá, pues no le cuesta dinero ni cosa que lo valga, vamos á trasladarnos con la escena á otra parte. Estamos en el magnífico Muelle de Santander.

Pero advierta V. que estaba obligado a hacerlo porque era su reina quien se lo pedía. No importa, no importa; si la quisiera bien no hay reina que valga. Lo primero siempre es la novia. No me fue posible arrancarle tan extraña teoría de la cabeza.

Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y, pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda?

De Pas no paró la atención en ellas, pero Ripamilán se detuvo, olfateando, y tendió el cuello en actitud de escuchar. ¡Así Dios me valga, son ellos! dijo pasmado. ¿Quién? Ellos; la viudita y don Saturno; reconozco el chirrido de ese grillo destemplado. Y el Arcipreste que manifestara poco antes tanta prisa por salir del templo, se empeñó en entrar en Santa Clementina.

La herida que causo a Cecilia se cicatrizará pronto. Hallará un marido que valga más qué yo, y cuando vuelva al cabo de algunos años, probablemente la encontraré feliz y rodeada de hijos...»

Esta es la explicación, y me alegro de haber salido de ella; las manchas de honrada familia son asunto delicado, pero lo cierto es que la transmisión por herencia, de que tanto se habla, es la chismosa mayor y más temible que existe; para ella no hay discreción ni secreto que valga, y a lo mejor inscribe las notas más escandalosas en la «Guía de los Pares