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Los caballos sin jinete emprendieron un galope loco á través de los campos, con las riendas á la rastra, espoleados por los estribos sueltos. Y después del rudo vaivén que le hicieron sufrir la sorpresa y la muerte, se dispersó, desapareciendo casi instantáneamente, absorbido por la arboleda. Junto á la gruta sagrada

El referido empresario venía a su lado, sosteniéndolo a cada vaivén, interponiéndose entre su armonioso cuerpo y el agua imprudente que penetraba sin reparo, mensajera del resfrío. ¡Cuál no sería mi sorpresa al reconocer en el melodioso artista, que se dejaba cuidar con un aplomo regio, a nuestro antiguo conocido el tenor Abrugnedo!

Una vez en la calle, la hija de don Alonso apoyose contra el respaldo de la silla para contrarrestar el vaivén, y, al lento paso de los silleteros, cruzó entre la muchedumbre, tiesa y vistosa como una imagen, la boca pía, los ojos recoletos. Un lacayo llevaba por delante la almohada postratoria con el escudo de los Blázquez ricamente bordado.

El animal, con la empuñadura de la espada en el cuello y la punta asomando por el arranque de un brazo, empezó a cojear, agitando su enorme masa con el vaivén de un paso desigual. Esto pareció conmover a todos con generosa indignación. ¡Pobre toro!

Parecía una estatua, la estatua de la impudicia. La bailaora despierta, al fin, de su inmovilidad, con leve vaivén de las caderas, que se va acentuando, acentuando, hasta convertirse en desenfrenado movimiento de rotación, conservando, no obstante la fijeza en el resto del cuerpo.

Tenía mesa puesta a hora fija, cama limpia en sitio fijo también, y la seguridad de que ni la una ni la otra sufrirían zarandeo o zozobrarían, según el vaivén de los negocios. Ya no le aquejaba a Belarmino la congoja del mañana.

Las mujeres, sofocadas por la aglomeración, empujadas y golpeadas por el vaivén, rompían a llorar con la vista fija en el santo, agitadas por un sollozo histérico. ¡Ay, pare San Bernat! ¡Pare San Bernat, salveumos! Otras sacaban chiquillos de entre los pliegues de sus faldas, y levantándoles sobre sus cabezas, buscaban los brazos de los dos poderosos atletas. ¡Agárralo! ¡Qu' el bese!

Y empezó á marchar á grandes zancadas, procurando mantener rígido su cuello; pero esto no libró á la joven de un vaivén igual al de un navío en un mar tormentoso. Agarrada á dos mechones de cabellos y contrayendo sus brazos, se defendió de este rudo movimiento, á la vez que seguía con mirada atenta la marcha de su gigantesco portador. Muy bien, gentleman.

Hacía años que Luis no había visto las calles de Madrid a las nueve de la mañana. A esta hora comenzaban a dormir todos sus amigos del Casino; pero él, en vez de meterse en la cama, había cambiado de traje y se dirigía a la Florida, mecido por el dulce vaivén de su elegante carruaje. Al volver a su casa después de amanecido, le habían entregado una carta traída en la noche anterior.

Y aquí paró en seco. Hasta le pareció á Roseta que se mordía nerviosamente la lengua para castigarla por su atrevimiento, y se pellizcaba en los sobacos por haber ido tan lejos. Caminaron mucho rato en silencio. La muchacha no contestaba; seguía su marcha con el contoneo airoso de las hilanderas, la cesta en la cadera izquierda y el brazo derecho cortando el aire con un vaivén de péndulo.