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Actualizado: 4 de junio de 2025
Muchas y muchas veces desde entonces he recordado esas extrañas palabras proféticas que pronunció sentado en mi mesa, cuando no era más que un pobre vagabundo de los caminos, muerto de frío, hambriento, sucio, mal vestido y exhausto, pero que abrigaba la firme creencia, por absurdo que parezca, de que antes de mucho tiempo poseería millones. Recuerdo bien cómo me sonreí al oír su vaga afirmación.
Y mal puede ser tampoco pueblo vagabundo y nómada como se suele afirmar, el que es cultivador inteligente de productos ricos y apreciados, y manifiesta gran respeto á la autoridad y acendrado sentimiento religioso, agrupándose en apretado haz para perder la vida antes de ceder un palmo del país natal.
Anduvo calles y más calles, retrocedió, dio vueltas a esta y la otra manzana, y la dama nocturna no parecía. Mayor desconsuelo no sintió en su vida. Si la encontrara era capaz hasta de hablarle y decirle algún amoroso atrevimiento. Se agitó tanto en aquel paseo vagabundo, que a las once ya no se podía tener en pie, y se arrimaba a las paredes para descansar un rato.
Yo le solía escuchar con las lágrimas en los ojos. Aquellos cantos de Ossian me parecían admirables. Hoy mi mujer tiene demasiadas cosas en qué ocuparse para corretear por el campo. Nuestro clan va aumentando y ella es la administradora. Yo le digo que es el buen tirano, la dictadora inteligente, la representación del gobierno ideal para los perezosos. Yo soy el vagabundo de la familia.
Eran personajes de vida novelesca, nacidos en palacios reales, y que, á semejanza de muchos santos que abandonaron la casa rica de sus padres para sufrir privaciones, renunciaban á todas las comodidades de su origen, despojándose de su nombre para ser un vagabundo más y conocer el áspero placer de la libertad salvaje.
Nos gusta más Homero, ciego y vagabundo; Cervantes, que, según la gente, no tuvo qué cenar cuando terminó el Quijote; Shakespeare, cómico de lengua y empinando el codo en las cervecerías; Beethoven, pobre sordo... y Colón, muriendo de hambre sobre unas pajas, sin haber recibido blanca por sus descubrimientos.
Sonaron las dos, y el virrey, cansado del ejercicio, se retiraba ya a dormir, cuando le dió en la cara la luz del farolillo de la quinta ronda, cuyo capitán era don Juan Pedro Lostaunau. ¡Alto! ¿Quien vive? Soy yo, don Juan Pedro, el virrey. No conozco al virrey en la calle después de las diez de la noche. ¡Al centro el vagabundo! Pero, señor capitán...
El sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo, gozador de placeres exóticos, y tal vez consiguiera arrancar de paso algún secreto al gran misterio de las llanuras azules. La vida en aquel palacio afeado por las manías de su madre le resultaba incómoda y penosa, impulsándolo á huir.
En esto apareció Juan Machín, en compañía de unos ingleses; se entendió con la sobrina de Beracochea, formaron una sociedad y comenzaron a ganar dinero. De un vagabundo de mala fama, Machín se convirtió en hombre todopoderoso: daba trabajo, favorecía a los pescadores, era un personaje.
Llegaba después de media noche, diciendo que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía; y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente, como si hubiese salido horas antes, con la serena inconsciencia de un perrillo vagabundo. Nadie podía saber con certeza dónde había estado.
Palabra del Dia
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