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Cuando Ana volvió a dejar los quehaceres domésticos en la antigua marcha, don Víctor se lo agradeció en el alma también y respiro a sus anchas. «Aquellas injerencias de su querida esposa eran dignas de eterno agradecimiento... pero molestas para él.

Don Víctor se fijó en un velador, que era Carvajal, y ya iba a concederle la palabra, para que dijese en son de disculpa: Desde que sois mi cuñado ni de palabras me afrento..., etc.,

No es orgullo; pero resulta de estas cosas que es desgraciada, aunque nadie lo sospeche. En fin, usted verá. Don Víctor es como Dios le hizo. No entiende de estos perfiles; hace lo que yo. Y como no hemos de buscarle un amante para que desahogue con él aquí volvió a reír don Cayetano lo mejor será que ustedes se entiendan».

Don Víctor estaba dispuesto a ser inflexible...». Reconciliarás, si te encuentras con fuerzas para ello, después de comer en casa del Marqués; y pronto, para ir en seguida al Vivero.... ¡No transijo! Y se fueron a dar los días a varios Franciscos y Franciscas. A la una y cuarto estaban en casa del Marqués. Lo primero que vio Ana fue a don Álvaro.

Tenía aquel pueblo también, como todos los pueblos, como todos los hombres, su especialidad, su fatalidad invencible, su anankée insuperable, como diría Víctor Hugo.

Pocos días después llegó á la casa de la avenida Víctor Hugo con un gesto de satisfacción que llenó de alegría á don Marcelo. ¿Ya está?... Ya está... Pasado mañana salimos. Desnoyers fué en la tarde siguiente al estudio de la rue de la Pompe. Mañana me voy. El pintor deseó acompañarle. ¿No podría ir también como secretario del senador?... Don Marcelo sonrió.

Pero antes dijo: Don Víctor, no extraño que en su dolor usted no tenga tiempo ni fuerza para reflexionar... pero yo no he dicho que el mundo supiera... yo no soy el mundo; soy un confesor. ¿Pero cree usted que Petra no habrá dicho?...

Bostezó don Víctor y salió del gabinete después de depositar un casto beso en la frente de su mujer. Entró en su despacho. Estaba de mal humor. «Aquella enfermedad misteriosa de Ana porque era una enfermedad, estaba seguro le preocupaba y le molestaba.

Una vez, al repetir esta canción don Víctor, a Mesía se le antojó atender; oyó lo de quedarse a media miel, lo de faltarle el valor... y con suprema resolución, casi con ira pensó: Este idiota me está avergonzando, sin saberlo.... Ya que él lo quiere, que sea.... Esta noche se acaba esto.... Y si puedo, aquí mismo....

Cogió con mano febril la blusa azul del cochero que volvió la cabeza. ¿Qué hay señorito? A la Plaza Nueva... a la Rinconada.... , ya ... pero ¿ahora? , ahora mismo, y a escape. El coche siguió al paso. «Si está don Víctor, que no lo quiera Dios, basta con que Ana me mire, con que me vea allí... Si no está... mejor. Entonces hablaré, hablaré...».