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Culpa del vino, de nuestras exageradas libaciones á los dioses, que hoy han sido sin agua... ¡Mire usted! Y señaló con una gravedad cómica las dos botellas vacías que ocupaban el centro de la mesa. Había cerrado la noche. En el cielo obscuro parpadeaban los infinitos ojos de la luz sideral. La taza inmensa del golfo reflejaba sus destellos como helados fuegos fatuos.

Señorita, si usted no me ha visto, ¿por qué no me habrá siquiera presentidoVolvió a detenerse Felipe para mirar a Amaury, como pidiéndole su opinión sobre este segundo período de la carta.

Mire usted lo que me encontrado aquí dijo y sacó del bolsillo, entre dos dedos, una liga de seda roja con hebilla de plata. ¿Qué es eso? preguntó De Pas, sin poder ocultar su ansiedad. ¡Una liga de mi mujer! contestó aquel marido tranquilo como tal, pero sorprendido con el hallazgo por lo raro. ¡Una liga de su mujer!

Me los ofreció usted, y me pertenecen. Este tiempo de que usted será privado se agregará al mío. ¡Cómo! ¿Era éste el precio de tus servicios? »Otros los han pagado más caros. Ejemplo de ello es Fabert, a quien también concedí mi protección. »Calla, calla le dije. Eso es imposible... mientes... me estás engañando.

¿Odiarme á ? ¿odiarme todavía despues del mal que me han hecho? preguntó el joven sorprendido. Simoun soltó una carcajada. Es natural en el hombre odiar á aquellos á quienes ha agraviado, decía Tácito confirmando el quos læserunt et oderunt de Séneca. Cuando usted quiera medir los agravios ó los bienes que un pueblo hace á otro, no tiene más que ver si le odia ó le ama.

Esta canción solía decir la cantaba Gastibeltza, un piloto paisano nuestro, de un barco negrero en donde yo estuve de grumete. Gastibeltza solía cantarla cuando dábamos vuelta al cabrestante para levantar el ancla, o cuando se izaba algún fardo. ¿Cómo era la canción? le decíamos nosotros, aunque la sabíamos de memoria . ¡Cántela usted!

«¿Qué trae por acá la señá Benina? le dijo sacudiéndole de firme en los dos hombros . contar que estaba usted en grande, en casa rica... Ya, ya sacará buenas rebañaduras... ¡Y que no tendrá usted mal gato!... Hija, no... De eso hace un siglo. Ahora estamos en baja. ¿Qué? ¿Le va mal? Tirando, tirando. Si sopas, comerlas, y si no, nada... Y el Comadreja, ¿está? ¿Para qué le quiere, señá Benina?

El amolador no se movió, limitándose a decir en voz baja, sin alzar la cabeza: Cállate, tahonero. Pero al demonio del tahonero no le acomodaba el callarse, y prosiguió acentuando la burla: ¡Cáspita! No puede quejarse el camarada de tener una mujer así. No hay medio de aburrirse con ella un instante. ¡Figúrese usted!

Bueno, le replicaron. ¿Entonces... por qué se ha separado de la casa de usted? Castro no respondió, hizo un gesto, y después de un rato de silencio murmuró: ¡No me convenía tenerle en casa!... Todos callaron, y nadie se atrevió a inquirir el motivo de mi separación.

Marcos Divès, el contrabandista, tiene en abundancia; mañana irá usted a verle de mi parte, y le dirá que Catalina Lefèvre compra toda la pólvora y todas las balas de que disponga; que ella paga; que venderá su ganado, su granja, sus tierras..., todo..., todo, para adquirirla; ¿comprende usted, Hullin? , comprendido; es muy hermoso lo que usted hace, Catalina. ¡Bah!