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Actualizado: 23 de julio de 2025


Ugarte se fué con decisión a una de las aristas del chaflán de popa, y clavó con fuerza una de las limas en la juntura; probó si le sostenía, se inclinó y clavó otra más abajo. Desde allí ganó la barandilla de la segunda galería. Le seguimos, y agarrándonos a las dos limas pudimos bajar los tres al segundo balcón. Arrancamos la lima colocada más abajo.

La madera costó un dineral, porque los caprichos de los presos se pagaban. El dinero de Ugarte quedó reducido a unas pocas monedas. No se desconfió de la petición, y Allen hizo seis tablas delgadas, aunque bastante resistentes, que guardaba con autorización de un vigilante en la toldilla de popa.

La camarilla de confianza de Zaldumbide la formábamos cinco vascos: Tristán de Ugarte, el piloto, que era de Elguea; Albizu, de Pasajes; Burni, de Ondarroa; Arraitz, de Fuenterrabía, y yo. Nuestro trabajo consistía en limpiar desde la escotilla grande hasta la popa, arreglar los cuartos, bruñir los cañones y vigilar la despensa.

Al día siguiente yo le dije a Allen que advirtiera al capitán Sandow que, para corresponder de alguna manera a su hospitalidad, trabajaríamos en su casa. A Ugarte le parecía una simpleza ponerse a trabajar cuando no se lo pedían a uno; el capitán Sandow replicó que no quería que hiciésemos nada; pero, sin duda, en vista de la insistencia de Allen, dijo que podríamos ponernos a arreglar el jardín.

Cuando terminé de escribir, salí de la biblioteca, metí la carta en un libro, llamé a la criada y le encargué que diera aquello a la hija del capitán. Temía que, al volver, me iba a encontrar a Uguarte y a Allen luchando a brazo partido. No pudimos dormir ninguno de los tres; Allen estaba indignado contra Ugarte. Antes de amanecer, salimos de casa, sin despedirnos de nadie.

Marchábamos por la orilla del mar, subiendo y bajando por una sucesión de colinas de poca altura, cubiertas de matorrales. Veíamos a lo lejos ruinas negruzcas de algún castillo, casas de campo, cuyas chimeneas arrojaban columnas de humo en el aire, verdes praderas, lomas también verdes y algunos bosques espesos y sombríos. El primer día, por la tarde, comenzaron las reyertas entre Ugarte y Allen.

No qué quieres decir con eso murmuró Ugarte; y, viendo que yo no replicaba, añadió cínicamente : La verdad es que la cartita te ha reventado. ¡Hombre! ¡Claro! ¿Y qué te ha dicho el capitán? Me ha dicho que le dan asco los denunciadores, y que por eso sólo nos debemos ir. Ugarte palideció. Y Allen, que había comprendido todo, exclamó: ¡Ah! ¿Es él el que nos ha denunciado?

Ugarte, por lo que dijo, había vivido en Filipinas, y estaba aburrido de aquello y quería marcharse a América. Tristán, el antiguo, se encontraba muy cambiado; tenía una cicatriz reciente, roja aún, en la cara, que le cogía desde la ceja de un lado hasta la comisura de la boca del otro, cortándole el labio superior. Nuestro antiguo piloto bebía el brandy como si fuera agua.

Allen se hizo amigo de los pastores. Con ellos llegamos a una venta del camino que se llamaba la Campana Azul. Desde su portalada se divisaba el mar y los cantiles y rocas de la costa. Los días siguientes, la compañía de Allen, que tanto exasperaba a Ugarte, siguió librándonos de una porción de conflictos.

En el último siglo la pena de muerte ha sido gradualmente restringida, y reducidas las prisiones en número y en grado de mortificación a la mitad de lo que fueron en el precedente, y la tendencia está pronunciada en el sentido de transformarlas en reformatorios por el trabajo y la instrucción, mientras una educación más racional acabe por hacerlas innecesarias, pues "las malas pasiones no son, como dice Manuel Ugarte, carne del hombre, sino enfermedad adquirida del ambiente en la niñez".

Palabra del Dia

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