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Actualizado: 23 de julio de 2025


Ugarte comenzó a mostrarse más dócil con la esperanza de la fuga. El holandés hizo parte de su galería; pero a la mitad del trabajo un vigilante encontró la mina, y hubo que suspender la obra. Ugarte, después de esta tentativa frustrada, ya no me dejó vivir en paz. Todos los días me exponía uno o dos proyectos.

La idea era ir acostumbrando al master, cuando hacía la requisa, a que nos viera en una misma posición, y hacerle creer, en días sucesivos, que nos dormíamos en seguida. También convinimos en no hablarnos delante de gente. Para que no chocase su cambio de conducta, le aconsejé a Ugarte que fingiera de cuando en cuando alguna cólera violenta. El día de Nochebuena comenzamos a hacer el boquete.

Resuelto este punto importante, fuimos al castillo de proa, en donde se habían fortificado los portugueses. Tristán llamó a Silva Coelho, y le dijo que éramos más que ellos y que estábamos armados; añadió que no pensábamos atacarlos; podían hacer lo que quisieran. Los portugueses optaron por rendirse. Tristán de Ugarte, ya capitán de hecho, mandó coger a todos los chinos y bajarlos a la bodega.

Tan brutal energúmeno se conmovía pensando en un conejo al que había domesticado. Ugarte y un marsellés nos fastidiaban con frecuencia, Ugarte era el eterno descontento; la mala alimentación, la humedad, el frío, todas las molestias naturales en una cárcel de aquel género, le tenían fuera de , y sus protestas no le servían mas que para estar encadenado y en el calabozo.

¿De manera que usted ha conocido a Tristán de Ugarte? preguntó el viejo. . ¿Usted también lo ha conocido? ¡Ya lo creo! ¡Era pariente mío! Es verdad ... Se parece usted a él en la voz..., en algo, no en qué ... ¿Y qué fué de su vida? Murió hace unos meses. ¿En España? Si. ¿Con quién vivía? Con su hija y con un criado, alto, rojo ... ¿Escocés, quizá? Si. Allen: lo recuerdo.

Con esta capa de grasa desapareció el frío. Ugarte y Allen hicieron lo mismo. ¿Y las maderas para los pies? dije yo. Aquí, a un lado, las tengo me contestó Allen. Esperamos a que terminaran de hacer la requisa. Si se habían dado cuenta de nuestra falta, era una locura intentar nada. Salió el master y su tropa, como de ordinario. Se renovaron los centinelas. No habían notado nuestra desaparición.

Le había interrogado a él sobre lo que yo le conté, y, al cerciorarse de que era verdad, se sintió humillado, porque sus aventuras eran completamente vulgares en comparación de las nuestras. Avisé a Allen y a Ugarte que nos teníamos que marchar. ¿Y por qué? preguntó Ugarte, echándoselas de sorprendido. Por nada.

A los lados de la popa del pontón, en las aristas, había chaflanes con vidrieras llenas de adornos barrocos. A esta clase de chaflanes llamaban en los navios antiguos los jardines. No había manera de pasar por encima de ellos. Dame la lima me dijo Ugarte. Se la di.

Por las mañanas, antes de salir, comprábamos algunos víveres y almorzábamos en el campo. Ugarte traía la leña, yo hacía el fuego y Allen guisaba. Se nos había hecho de noche a cuatro millas de Wexford. Entramos en una aldea y llegamos hasta la posada á pedir alojamiento.

El irlandés comenzó a bajar sin hacer el menor ruido; cuando la cuerda dejó de estar tensa, se descolgó Ugarte, y después fui yo. Hubo un momento, al descender, que creí que el centinela me estaba mirando; pero, sin duda, fué ilusión mía. Bueno; vamos. Soltamos las tablas de la cuerda y comenzamos a nadar los tres hacia la costa. Había mucha mar.

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