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Las bestias estaban más extenuadas aún que los hombres. Al verse acosados con poca tenacidad, los que se retiraban, cayéndose de fatiga, se tendieron y excavaron la tierra, creándose un refugio. Los franceses también se acostaron, arañando el suelo para no perder lo recuperado... Y empezó de este modo la guerra de trincheras.

Todos estaban en las trincheras. Las orillas eran barridas ahora por mujeres, y las descargas las efectuaban destacamentos de tiradores senegaleses. Se estremecían de frío en los días asoleados del invierno y se encorvaban como moribundos bajo la lluvia ó el soplo del mistral.

Los curiosos recorrían los alrededores para admirarlas trincheras recién abiertas y los alambrados con púas. El Bosque de Bolonia se llenaba de rebaños. Junto á montañas de alfalfa seca, toros y ovejas se agrupaban en las praderas de fino césped. La seguridad del sustento preocupaba á una población que mantenía vivo aún el recuerdo de las miserias sufridas en 1870.

La tropa, después de cañonear las trincheras carlistas, avanzaba, y el enemigo abandonaba sus posiciones refugiándose en los muros. El regimiento del capitán Briones se encontraba en las avanzadas. Martín preguntó por él y lo encontró. Briones presentó a Zalacaín y a Bautista a algunos oficiales compañeros suyos, y por la noche tuvieron una partida de cartas y jugaron y bebieron.

Entre la salida del hospital y el nuevo combate que les esperaba en las trincheras del Norte, estos guerreros venidos de lejanos países de sol para pelear y morir buscaban el poderoso consuelo de la mujer. Sus brazos impacientes se llevaban con un tirón de fiera las hembras esqueléticas y macabras y las que aparecían hinchadas por una falsa robustez, producto de malos humores.

Cuando, debilitado por la pérdida de sangre, pudo ser conducido á las trincheras, el sargento quiso ver el cuerpo de su enemigo. Sus dudas continuaron ante la faz empalidecida por la muerte. Los ojos, abiertos, parecían guardar aún la impresión de la sorpresa.

Su tenaz fortaleza requería aún la multiplicación de trincheras y baterías que le pusieron la senectud, los achaques, la indigencia, los dolores del alma, como el de la muerte de su hija Gregoria, pobre inocente.

No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla. Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque.

Un día, Gillespie, con un esfuerzo supremo de su voluntad y más conmovido que cuando avanzaba en Francia contra las trincheras alemanas, visitó á la majestuosa viuda para manifestarle que Margaret y él se amaban y que solicitaba su mano. Aún se estremecía en el buque al recordar el tono glacial y cortante con que le había contestado la señora.

D. Antonio Urbina hizo tambien un fuego continuado desde el Castillo Guansapata, que fué de mucha utilidad, particularmente para impedir que la multitud de indios, que intentaban forzar las trincheras que mandaba Barreda y Monasterio, lo consiguiesen.