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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Tal vez si fuera una pobre y me hubiera casado con un joven modesto, trabajador, inteligente, sería mejor mi suerte.
Sus faenas no la daban muchas veces para comer, y aquel trabajador sobrio y bueno, que no frecuentaba la taberna y acogía las desgracias silenciosamente, sin cóleras y sin golpear a la hembra, valía más que su marido.
Llamábasele simplemente Llera. Era un mozo asturiano, alto, huesudo, de rostro pálido y anguloso, brazos y piernas larguísimos, grandes manos y pies, brusco y desgarbado de ademanes y con unos ojos grandes de mirar franco y sincero donde brillaba la voluntad y la inteligencia. Era un trabajador infatigable, asombroso. No se sabía a qué horas comía ni dormía.
Además, la decepción de no encontrar á la hembra odiada había disminuido su actividad destructora. Pero la verdadera causa del relativo silencio que permitió á Robledo restablecer su influencia fué la llegada de un viejo trabajador español, retirado de las obras del canal para dedicarse á llevar á las viviendas agua del río en un carro del que tiraba un mísero caballejo.
Era Manuel Ferreiro un laborioso trabajador de las minas de Daiquirí, el cual poseía un carro y varias parejas de mulos, que ocupaba en el transporte de mineral, con lo que libraba la subsistencia holgadamente.
Cuando entramos en Valdepeñas, el espectáculo de la población era horroroso. Parece increíble que los hombres tengan en sus manos instrumentos capaces de destruir en pocas horas las obras de la paciencia, de la laboriosidad, del interés, fuerzas acumuladas por el brazo trabajador de los años y los siglos.
No quedaba un trabajador en esta «tierra de todos» que no tuviese un trapo patriótico en el boliche. Antonio González había conocido antes que las cancillerías de Europa las banderas que años después iban á ser consagradas por los trastornos de la gran guerra. Todas las admitía: desde la de Irlanda libre á la de la República sionista que debía establecerse en Jerusalén.
Porque don Aquiles Vargas, de suyo honradote y trabajador, de alegre carácter en corro de amigos y hasta galanteador de afición en sus horas perdidas, tenía un geniecito que no había quien le aguantara en la casa, y sólo una mujer de las condiciones apuntadas, sorda, muda y ciega, podía salir airosa de tan difícil cometido.
Es verdad que Juan Bou no es un Adonis; pero no es tampoco un monstruo... Es un hombre de bien, trabajador, sencillote, y, a pesar de sus bravatas, tiene el corazón más bondadoso y tierno del mundo. Lo sé, lo sé...; pero... quita allá, por la Virgen Santísima; yo no seré su mujer.
El hombre era libre y podía escaparse del tirón de los muertos, organizando su vida con arreglo a sus deseos, cortando el lazo de esclavitud que le soldaba a estos déspotas invisibles. Cesó de soñar; se sumió en la nada con el placer íntimo y silencioso del trabajador que descansa después de una jornada provechosa.
Palabra del Dia
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